Bienvenidos al hogar de mi alma

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UNA SEMANA EN UNA VIDA

El silencio.

El latido.

El espacio de la luz. La penumbra o el olvido.

A lo lejos desamanece sobre la torre de Santa Ana.

Un eco de martillos artesanos se desliza por las laderas de Bolón.

El adiós no existe.

Apenas el sonido mínimo del respirador.

Y tu voz a lo lejos.

Y las manos del amor acariciando bajo las sábanas silentes, tan inmaculadas como la luz de este nuevo día que no llega. Que no llegará jamás.

En una semana se ha evaporado una vida mientras la eternidad sigue apostando al mejor jugador.

Alguien ganó la partida.

LAS ESQUINAS DEL LUTO

El luto sabe a vino rancio. Soledad aguada y esperanza catatónica.

El luto tiene cuatro esquinas como la cama de un moribundo.

Cuatro esquinas amparadas por las interrogantes del alma, mientras un batallón de puntos suspensivos se deslizan, agónicos, entre los pliegues crepusculares de la esperanza.

El silencio se vuelve denso, como la eterna gelatina de un beso discontinuo.

Cuatro esquinas para un solo duelo.

El silencio.

La tristeza.

El llanto.

El recuerdo.

Y desde el horizonte, llegando como una fina lluvia, el amor.

Todo lo demás es accesorio, incluso la luz.

MI PADRE SE HA IDO DE VIAJE

A la vida se le ha ocurrido, de repente, mandar a mi padre de viaje.

Nadie lo esperaba.

Ni siquiera había desempolvado la maleta del armario, planchado las camisas o bordado sus iniciales en los dobladillos de la memoria.

Los ojales aparecían descuidados buscando botones despistados. Las cremalleras no sonreían y un pespunte de acelerada tristeza creaba vainicas dobles entre el sabor de vainilla y el crujiente de chocolate.

Se ha ido de repente.

Con la velocidad de la luz.

Nadie nos avisó.

Hemos quedado huérfanos sobre la distancia permeable del recuerdo.

Sobre la inmortalidad permanente del olvido.

Adormecidos en la vigilia eterna de los siempre vivos.

Mi padre se ha ido de viaje sin maleta y sin avisar.

«Desnudo como los hijos de la mar«.

Sólo vestido de amor.

Espéranos. Nos queda suspiro y medio para reencontrarnos.

LAS LUCES INTERMITENTES

A veces las luces parpadean.

La luz del faro que ha guiado el camino.

La luz intensa de la primera verbena.

La luz que tintinea en las noches de agosto sobre la cima del Cid.

La luz que guía a los Magos hacia el sendero de Bolón.

Las luces parpadean porque hacen guiños a la eternidad y desafían a Dios.

Y la vida, entonces, pone el intermitente hacia cualquier lugar.

UNICORNIOS AZULES

Los unicornios no son una propiedad. Y, mucho menos, los azules.

Los unicornios planean sobre la memoria inmemorial del mundo.

Se alzan sobre las miserias del silencio, sobre el mortecino llanto, el hambre y la tristeza.

Vuelan sobre la deshilachada soledad del mundo mudo que muere de amores y de infinitas ausencias.

Planean sobre el niño que llora.

Alientan a la madre que esparce su útero, como una copa de paz viva, sobre la tierra.

Y al hombre celeste que pide lluvia y espacio para respirar.

Los unicornios azules son el rocío que alimenta el prado yermo de la desmemoria.

Son el patrimonio universal de nuestra alma.

El futuro de la esperanza y la luz.

La imaginación es el único paraíso en el que la libertad se vuelve real.

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