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DOMINGO 14 XL: Estrenando domingo

Hoy es domingo todo el día. Veinticuatro horas de jovial alegría. Estamos confinados en casa pero nos da igual. No vamos a cambiar nuestras costumbres en favor de estos días grises.

La avenida, desde la ventana, se viste de luz, mientras una alfombra de hojas ocres oculta las desiertas baldosas. Sólo algunas tórtolas o el ladrido de un perro lejano, rompe este silencio de beatitud milenaria.

Parece que el calendario se ha quedado estático en el preciso instante del abrazo robado, pero no es así, la vida sigue, las horas avanzan y el horizonte, poco a poco, se va llenando de luz.

Hoy es domingo todo el día. Algo tendremos que celebrar.

DOMINGO 7 XL: El día del Señor

Hace muchos años que no rezo, al menos hacia el exterior. De vez en cuando lo hago mirando al fondo de mí misma, como si la voz se hubiese caído a un pozo y la conciencia, curiosa y lasciva, la mirara desde el ojo luminoso del paisaje.

Recuerdo aquellos domingos de obligado cumplimiento, rodillas en el suelo, mirada lacónica y persignación rutinaria, ya sin la pasión ni pecado que te obliga a hacer un acto de contricción. Sin embargo, siempre sentía arrepentimiento, arrepentimiento por nada, si acaso por esos pensamientos impuros que me invitaban a volar, a volar sobre el horizonte de la esperanza, soltando lastre, rompiendo cadenas.

Señor, hoy ya no me arrepiento de nada, por eso cuando truena, en vez de acordarme de Santa Bárbara, me acuerdo de Perico que vive en la calle, entre cartones, desde que lo expulsaron del paraíso de esta sociedad ilimitadamente hipócrita.

Sin embargo, de vez en cuando rezo, hacia adentro, hacia el fondo de mí misma, como si la voz andara naufragando en el proceloso océano de la conciencia.

DÍA 42: La memoria

Recuerdo aquellos domingos de invierno en los que buscábamos el abrigo del hogar. Una película, el sofá, la manta y una bolsa de pipas. Era el momento de encontrarnos tras una semana de idas y venidas, encuentros fugaces y desencuentros superados, a menudo, con el silencio.

También recuerdo los domingos de primavera y otoño paseando por la montaña, jugando a saltar las hojas ocres o recogiendo las primeras prímulas salvajemente serviciales. Corriendo bajo el manto sereno de la lluvia, disfrutábamos de ese perfume que regala la naturaleza cuando se va transformando.

Y esos domingos de verano que saben a arena caliente y dulce salitre. A sandía bulliciosa, a cerveza de terraza y helado de vainilla. Esos domingos donde hasta las sombras abrasan y las noches se perpetúan ausentes de brisa. Domingos de luz infinita encaramados en todos los rompeolas de la vida. 

Domingos de mi vida que hoy se deslizan por la memoria.