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DÍA 81: Regreso a la luz

Para Nacho

La luz vuelve a la luz con el silencioso estallido de una burbuja de humo que retoma el camino de vuelta a casa.

Se hace presencia visible en la corolas de la memoria, mientras hilvana pétalos sobre las mantas alfombradas por la ausencia.

La luz teje con agujas de plata sobre el vértice de una luna virginal y voluble.

Pero aquí sigues tú, recién vestido con los tules de la lluvia, de la lluvia enamorada -mitad corazón, mitad brisa-. Y el mar, al fondo, tras las colinas, con su fidelidad precisa de arena blanca y caracolas limpias. 

Te está esperando: Luz de amor, luz de agua.

La luz vuelve a la luz. Espéranos.

 

Te quiero Jose, amigo.

DÍA 57: Holocausto virtual

Ser un ente social tienen sus ventajas y, también, sus inconvenientes.

Si colocamos la balanza, siempre ganará el positivo optimismo del roce social, el amor fraterno y la empatía, a veces inventada, que nos abre los poros emocionales del corazón. 

No lo vamos a negar: somos seres racionales, emotivos y, en la mayoría de casos, bastante hipócritas.

Pero más allá del abrazo, el beso o el saludo matutino, ha llegado a nuestras vidas: la amistad virtual. Es decir, ese lugar de reunión anodino en el que los seres a los que conoces, o crees conocer, y que incluso te parecen simpáticos, emotivos y entrañables, se convierten en auténticos monstruos defendiendo consignas imposibles, guerras arcaicas o culturas subyugadas al martirio y sufrimiento del resto.

Lo confieso: en el mundo real soy una cobarde, pero en el virtual me he convertido en una kamikace, he iniciado un holocausto-amistoso-virtual. No discrimino por color, sexo, ideología o falta de afecto. Sólo tengo una frontera: el respeto.

Después de tanta soledad me he dado cuenta que hay ventanas que ya no merecen estar abiertas.

DÍA 52: El buzón de la alegría

Para Pily González, por tantos años y tanto cariño

Me gusta abrir el buzón. Su boca honda, como un pozo de inagotables enigmas, siempre me ofrece recuerdos maravillosos. Cuando le miro, es como si viajara a un pasado que me resulta tan lejano como íntimo, tan cercano como emocional, tan creativo como misterioso.

Disfruté de mi juventud rodeada de folios en blanco. Una Olivetti naranja, perfectamente equilibrada, y una legión de bolígrafos bic con la tinta tan azul como el cielo que se filtraba por mi ventana. Fui una joven solitaria, amante de los versos, las cartas y la música clásica. Un indecente espécimen de los años ochenta.

Y las cartas volaban de buzón en buzón, como corazones flotando en la inmensa geografía de nuestras soledades. Eran las cartas de la luz, de la sombra inesperada, del secreto y la sorpresa, del propio descubrimiento de la voz hecha tinta.

Me gusta abrir el buzón y encontrar una carta con tu remite.

DÍA 10: Gracias

Va por ti:  Clarisa, Bárbara,  Maite, Javi, María José, Antonio, Rafa, … por todos y muchos más.

A menudo olvidamos que somos seres frágiles. Tan frágiles como un botón de salvia que se abre paso entre la primavera para llegar a ser flor. Flor perecedera. Ignorada en la eternidad de los jardines eternos. Pero la eternidad no existe salvo en las manos fieles del jardinero.

Gracias por traer la primavera en estos momentos de glaciares inmensos.

Gracias por por regalar la huella, el aliento, la mirada, el paciente discurso del silencio, la cálida emoción del abrazo presentido.

Gracias por la permanencia. Gracias por la resistencia, por la lucha y el latido.

Gracias por ser nuestros jardineros.

Gracias por vuestra vida.

Las buenas amigas

A las buenas amigas se les conoce porque huelen distinto: pan recién tostado en los fogones de la esperanza, almendra que cae como polvo de luna sobre los flanes del viento o vainilla cernida en los alambiques del olvido.
Las buenas amigas se reconocen y cantan las melodías antiguas en las que las ninfas se enamoran de los juncos hendidos por la luz, mientras hacen cabriolas más allá del níveo tránsito del llanto. Tañen laúdes con la voracidad de un eco que renombra el tibio sol de la primavera lejana.
Las buenas amigas nunca se echan de menos porque siempre están presentes a pesar de la distancia, se intercambian los ojos, apenas tejidos en las ruecas del viento, y aprenden a volar sobre los mismos valles que las encontraron dormidas en las cuevas del deseo.
A las buenas amigas se les encuentra siempre sonriendo más allá de los labios, mucho más lejos del propio latido, virginalmente inmersas en la hoguera incorrupta donde crepita la ígnea voluntad del beso inmenso.
Son océanos y lagos, inabarcables islas de enamoradas colinas, ignotos continentes sobre los paisajes edénicos de la memoria colectiva del mundo.
Y todo esto lo sé porque, las buenas amigas, me lo contaron una noche de agosto, ebrias de luna, mientras una cortina de estrellas fugaces las coronaba bajo el frágil contoneo de la cornisa celeste.

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