Bienvenidos al hogar de mi alma

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DÍA 27: El día de mañana

El día de mañana, cuando nos digan que por fin podemos tocarnos, el abrazo será de tal magnitud que abarcará el universo fluvial de las esencias, la fosforescente plenitud de los silencios, la perpetua arrogancia de los latidos.

Y será tan intenso que desbordará el horizonte con un millón de barcos, los mismos que estuvieron encallados en el puerto del silencio estos días, días eternos que parecen siglos, siglos dilapidando la inmortal soberbia del ser humano.

Y después del abrazo vendrá el beso. Ese beso que brota sobre el manantial ingenuo de la perfecta derrota, del vencido colapso de la memoria, de la entrega total y definitiva. Ese beso que romperá la barrera del sonido con el cántico celestial del deseo renacido.

El día de mañana. Mañana mismo.

DÍA 26: La primera línea

Recuerdo el día que escribí la primera línea de un poema. 

El momento en el que me leyeron la primera línea de la mano. 

La primera línea dibujada en los labios o la primera línea en el informe ginecológico de mi embarazo.

Las primeras líneas se recuerdan siempre y son cruciales para seguir viviendo, y sobreviviendo, sobre el descarnado desaliento de la desmemoria. 

Yo recuerdo tu primera línea en la entrada a esta vida.

Y ahora, tú estás en la primera de tantas otras.

No olvides que nuestra primera línea eres tú.

Te queremos!!!! 

 

DÍA 25: Vacaciones en casa

¡¡Empiezan las vacaciones!!

Acabo de preparar la maleta, este año me llevaré lo justo: 

  • unos cuantos delantales para estar siempre limpia en la cocina;
  • un par de pijamas calentitos, me han dicho que quizás vuelva a llover y bajen las temperaturas;
  • jabón de manos, alcohol, máscarillas y guantes desechables;
  • pasta de dientes,
  • diez paquetes de kleenex y
  • un termómetro.
  • Tampoco voy a olvidar un lápiz labial, el de rojo más intenso, como no puedo besar a nadie me durará hasta más allá de la madrugada. 

He contratado un paquete multi-aventura, me gustan los riesgos, pero no sé si seré capaz de superarlos en tan frágiles instantes. 

De momento ya estoy haciendo algunas prácticas como entrenamiento máximo:

  • He puesto dos lavadoras sin suavizante.
  • Un pellizco más de sal en los guisos.
  • Cometo varias faltas de ortografía cada día, (ésto es sólo por sentirme en una edad juvenil que ya no merezco.)
  • He dejado de informarme sobre el coronavirus durante 24 horas.
  • Intento respirar lo justo pero, a menudo, se me va el pulmón y me excedo con el oxígeno.
  • Hace 5 horas, 10 minutos y 20 segundos que no he pasado la fregona con lejía. 

¡¡Por fin son vacaciones!! 

Hoy empezaré la ruta visitando las frondosas cataratas del cuarto de baño. Mañana, Dios dirá.

DÍA 24: Abrir la puerta

¿Y si cuando me abran la puerta, cuando pueda salir de aquí no recuerdo el nombre de las calles, la dirección de las perfumerías o las esquinas donde venden los claveles las floristas?

Y si ya no vuelven a abrir las librerías ¿qué será de los libros antiguos que no tienen nombre? ¿Qué será de las epopeyas cercanas que nadie ha escrito todavía?

Cuando abran la puerta ¿encontraré el camino de vuelta a casa de mis padres? ¿Quitarán los cerrojos a los desangelados parques?

¿Qué será de mi vida cuando me abran la puerta y me devuelvan las llaves?

 

DÍA 23: Paciencia

El tiempo se ha detenido en el vértice fugaz del calendario convirtiendo los domingos en días de diario. Ya no existen los festivos.

El reloj, desoyendo la lógica, ha detenido sus manecillas para imponer el ritmo mortecino del vacío.

Detrás de la ventana ya no existe la noche y el día, sólo la oscuridad y el brillo deshilado de un astro inalcanzable. El sol sigue esculpiendo sombras sobre los edificios en los que la gente se agazapa tras las cortinas.

Sin embargo, puedo escuchar la sinfonía jubilosa de río. Más azulado que nunca. El piar armonioso de las tórtolas. El canto floreado del jilguero sobre el volcán desmesurado de las acacias. Hasta aquí llega el rumor de las alcachofas que discuten, alborozadas, con un ramillete de obstinados espárragos. El limón, desbordado de ácido enamorado, invita a la naranja a la siesta de las fresas. Y la huerta, en profundo éxtasis, amplifica el eco de sus tímidas criaturas.

Me siento a escuchar la gélida torpeza de mis pensamientos, y sólo me llega el rumor de una única palabra: paciencia.

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