Pues sí Mariantoñita, esta mañana yo también me he levantado insulsa, meditabunda, emergente en mis interioridades más profundas. Como sin sueño y con migrañas, como desencajada y deshonrada, como recién abortada al infame mundo de las palabras ocultas. Después he recordado que me quedaban unas bragas limpias sobre la mesita de los cafés olvidados, dos azucarillos entre los folios y la tinta de las madalenas, y un rotulador de purpurina en la bandeja del horno, como si se hubiera caído aposta para fastidiarme la levadura de la esperanza.
Es que en mi casa pasan muchas cosas raras, tú ya lo sabes.
El armario lo tengo lleno de ropa que no uso, como siempre. De colores que no pegan con mis ojos, ni con mi ánimo. De tallas que se ajustan a veinte décadas anteriores, cuando yo tenía una regla exacta y sin fisuras, es como el mausoleo de mis años prodigiosos donde todo el glamour se ajustaba a unas caderas tan excitantes como invisibles. Ahora, al menos, con veinte kilos de más, se notan desde el extrarradio. Sin embargo, logro vestirme cada día, no me preguntes cómo, son los misterios del milagro.
Del milagro de vivir,
del milagro de esperar,
del milagro de necesitar,
del milagro de entregar,
del milagro de ser pese a todo,
del milagro de seguir siendo pese a nada,
del milagro del recuerdo y la esperanza.
Y aquí me tienes, Mariantoñita, yo hoy, como tú, me levanté vestida con el pijama de la tristeza, pero ha sido oír tu voz en las ondas magnéticas del paisaje de mi alma, y me he mudado los calcetines, para que no se diga que los tengo llenos de patatas y de hormigas.
Todavía nos queda mucho camino por recorrer juntas.
Por cierto… ¿te has cambiado las bragas?… mira que si nos pilla un camión…