Para Miguel Ángel Esteve

El silencio.
El palpito frutal de la madreperla y la acuarela.
La premura del paisaje.
La tiza virtual de los besos que se esconden
sobre los dobladillos del lienzo enamorado.
El infinito elixir del oleo desbocado.
La presencia.
El desnudo eco de la luz dormida.
El silencio.
El yermo territorio del horizonte huero.
Y, de nuevo, la frágil desnudez del pastel,
el íntimo arrullo del alba desbocada,
el sendero sempiterno de la esperanza nunca huida,
nunca desgajada.
Feliz viaje, compatriota de sueños.
Feliz viaje,
feliz paraíso eterno.