
A la vida se le ha ocurrido, de repente, mandar a mi padre de viaje.
Nadie lo esperaba.
Ni siquiera había desempolvado la maleta del armario, planchado las camisas o bordado sus iniciales en los dobladillos de la memoria.
Los ojales aparecían descuidados buscando botones despistados. Las cremalleras no sonreían y un pespunte de acelerada tristeza creaba vainicas dobles entre el sabor de vainilla y el crujiente de chocolate.
Se ha ido de repente.
Con la velocidad de la luz.
Nadie nos avisó.
Hemos quedado huérfanos sobre la distancia permeable del recuerdo.
Sobre la inmortalidad permanente del olvido.
Adormecidos en la vigilia eterna de los siempre vivos.
Mi padre se ha ido de viaje sin maleta y sin avisar.
«Desnudo como los hijos de la mar«.
Sólo vestido de amor.
Espéranos. Nos queda suspiro y medio para reencontrarnos.
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