Indagando en la triste realidad de las mujeres de Afganistán, me encontré con NADIA ANJUMAN, activista feminista y poetisa. Una mujer que, con la llegada al poder de los talibanes, tuvo que abandonar sus estudios, disfrazarse con un burka y someterse a los dictámenes de un marido que no había elegido. Fue asesinada por su esposo a los 25 años.
Como legado y testimonio de una vida abocada a la injusticia y el dolor constante, nos ha dejado sus versos. Versos que hoy revolotean pidiendo ser liberados de su enclaustramiento.
A la vida se le ha ocurrido, de repente, mandar a mi padre de viaje.
Nadie lo esperaba.
Ni siquiera había desempolvado la maleta del armario, planchado las camisas o bordado sus iniciales en los dobladillos de la memoria.
Los ojales aparecían descuidados buscando botones despistados. Las cremalleras no sonreían y un pespunte de acelerada tristeza creaba vainicas dobles entre el sabor de vainilla y el crujiente de chocolate.
Se ha ido de repente.
Con la velocidad de la luz.
Nadie nos avisó.
Hemos quedado huérfanos sobre la distancia permeable del recuerdo.
Sobre la inmortalidad permanente del olvido.
Adormecidos en la vigilia eterna de los siempre vivos.
Mi padre se ha ido de viaje sin maleta y sin avisar.
«Desnudo como los hijos de la mar«.
Sólo vestido de amor.
Espéranos. Nos queda suspiro y medio para reencontrarnos.
El oficio teatral es, junto a otros de “dispersa moralidad”, uno de los más antiguos del mundo.
Uno de ellos, ya se imaginarán cual, se realiza en un burdel y el otro sobre un escenario. En ambos casos el único objetivo es ofrecer placer. El placer justo para llenar el estómago, saciar la sed y sentir que nuestra energía se renueva.
Pero, también es cierto que existe una clara diferencia entre ambos: si en el primero el placer es meramente físico y biológico; en el segundo el placer es para la mente, el espíritu y el alma. Todo lo que conforma la verdadera esencia del ser humano.
Hacemos teatro, vivimos el teatro y disfrutamos del teatro porque, en fondo, necesitamos encontrarnos y entendernos en esta vorágine que es la propia vida.
Por eso hay que ser muy valiente para sobrevivir al tránsito de este oficio vistiéndose con la piel, la voz y el alma de vidas ajenas. Hay que ser muy valiente para ser actor.
Pero, sobre todo, hay que ser muy valiente, y muy generoso, para conseguir que ese mutis por el foro, sea tan perfecto, que conmueva las fibras de nuestro corazón y se manifieste a través de los aplausos. Es ahí donde el teatro cobra vida y encuentra su razón de ser.
Para el Grupo de Teatro de Aulas de la Tercera Edad, y para mí, personalmente, ha sido todo un honor contar con tus consejos, con tus aprobaciones, con tu larga experiencia y, sobre todo, con tu respeto por una labor de la que intentamos aprender día a día.
Gracias Pepe, amigo, por enseñarme tantas cosas.
Gracias, por resistir y persistir.
Te llevo en el corazón. Te quiero.
Hay personas que van y vienen. Que se solapan con las prisas o se esfuman entre el humo de los días iguales. Seres humanos que se olvidan. Animales racionales que se llenan de moho sobre el musgo infecundo de la desidia. Hay vidas que no deben repetirse y amores que acaban enterrados en el llanto. Sin embargo, hay eternidades que se contagian con un beso, con el nimio aleteo de un abrazo, con la postrera mirada de un segundo. Esa es la magia del amor. Si volviera a nacer, seguiría queriendo estar a tu lado.
La vida está llena de imprevisibles idas: bienvenidas y despedidas. Como la propia existencia que es una pura contradicción. Tal es la luz como la sombra. Tal la esperanza como el desaliento. Tal el latido como la espiración suprema del silencio. La vida es, siempre, ese fenómeno que, por cotidiano nos sorprende hasta que se marcha sin decirnos adiós.
«Hacedora de versos» (lo que la RAE llama poetisa)
Maceradora de palabras en casi todos los formatos.
Actriz a ratos.
Madre en prácticas.
Ama de casa en contrato indefinidamente temporal.
(Para saber del currículum completo, preguntar sin vergüenza. Se responde a todo y, de vez en cuando con la verdad.
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