A Pepe Albert

El oficio teatral es, junto a otros de “dispersa moralidad”, uno de los más antiguos del mundo.
Uno de ellos, ya se imaginarán cual, se realiza en un burdel y el otro sobre un escenario. En ambos casos el único objetivo es ofrecer placer. El placer justo para llenar el estómago, saciar la sed y sentir que nuestra energía se renueva.
Pero, también es cierto que existe una clara diferencia entre ambos: si en el primero el placer es meramente físico y biológico; en el segundo el placer es para la mente, el espíritu y el alma. Todo lo que conforma la verdadera esencia del ser humano.

Hacemos teatro, vivimos el teatro y disfrutamos del teatro porque, en fondo, necesitamos encontrarnos y entendernos en esta vorágine que es la propia vida.
Por eso hay que ser muy valiente para sobrevivir al tránsito de este oficio vistiéndose con la piel, la voz y el alma de vidas ajenas.
Hay que ser muy valiente para ser actor.
Pero, sobre todo, hay que ser muy valiente, y muy generoso, para conseguir que ese mutis por el foro, sea tan perfecto, que conmueva las fibras de nuestro corazón y se manifieste a través de los aplausos. Es ahí donde el teatro cobra vida y encuentra su razón de ser.

Para el Grupo de Teatro de Aulas de la Tercera Edad, y para mí, personalmente, ha sido todo un honor contar con tus consejos, con tus aprobaciones, con tu larga experiencia y, sobre todo, con tu respeto por una labor de la que intentamos aprender día a día.

Gracias Pepe, amigo, por enseñarme tantas cosas.
Gracias, por resistir y persistir.
Te llevo en el corazón. Te quiero.