Todos los días se debe recordar algo. El sída, el cáncer, los maltratos, el alzheimer, la pobreza, la salud dental, el turismo o la alimentación. Todos los días, sin olvidar uno del calendario, y siguiendo esta tónica el martes se celebró el día del niño.
Y yo me pregunto ¿es que los niños solo tienen un día?… ¿qué hacemos con ellos el resto del año?… Ya sé: los mandamos a la guerra como parapetos infaustos de las balas perdidas que lanzamos los adultos sobre el odio del mundo. O les cerramos las escuelas, tú por ser niña no tienes derecho. O les robamos el agua para que acaben siendo solo un saquito de huesos en medio de las especulaciones y los buitres capitalistas. También podemos encerrarlos en talleres como cárceles para que nos cosan esas botas de moda a los que solo tienen acceso los famosos de turno. Las niñas semidesnudas en los burdeles, los pequeños mendigando bajo el yugo de la correa y una sociedad que siempre mira para otro lado cuando la tormenta de la conciencia nos acucia el pensamiento.
¿Qué hacemos con los niños el resto del año?… ¿Qué hacemos con el futuro?… ¿Qué hacemos con la vida?…
Sólo a través de la mirada transparente de la infancia, de la feliz algarabía de su sonrisa, podremos encontrar la llave eterna del amor universal. El resto siguen siendo pasos inútiles hacia el fondo de una humanidad ahogada en su propia podredumbre.