Bienvenidos al hogar de mi alma

Categoría: Cosas de la vida (Página 4 de 6)

UN MAL DÍA LO TIENE CUALQUIERA

-Disculpe señora enfermera, pero creo que mi padre acaba de fallecer.

-¿A estas horas? Pues no me viene bien. Es el momento del bífidus, que luego el intestino no me transita nada.

-Lo siento pero… ya no respira.

-Agonizando desde las diez de la mañana y tenía que ser ahora que acabo de entrar al turno. Ya se le podía haber muerto a la de antes, que es asquerosamente amable con todos los pacientes. O a la próxima que tiene la capacidad de empatizar con las familias, especialmente con aquellas que sufren con la pérdida de los familiares. Por cierto ¿usted qué hace aquí? ¿por dónde ha entrado que no la he visto?

-Por la puerta, incluso en los hospitales hay puertas, puertas que se abren y se cierran, algunas para siempre.

-No sé si se lo han explicado, pero no puede estar en contacto con el infectado.

-El infectado es mi padre y acaba de fallecer.

-¿Y usted cómo lo sabe?

-¿Que es mi padre?

-A mí que sea su padre me da igual. ¿Cómo puede afirmar que acaba de fallecer? Hasta que no le haga un electrocardiograma es imposible afirmarlo. Márchese, por favor y no venga a darme lecciones de medicina. ¡Estos huérfanos, siempre importunando!

No sé cómo encontré la puerta de salida que daba al pasillo.

Conté hasta 57. Los mismos años que compartí con mi padre.

No quise mandarla a la mierda por respeto a todas las maravillosas profesionales que nos habían atendido durante ese tiempo.

Pensé: «Ha tenido un mal día, no se ha muerto nadie en su familia«.

LAS ESQUINAS DEL LUTO

El luto sabe a vino rancio. Soledad aguada y esperanza catatónica.

El luto tiene cuatro esquinas como la cama de un moribundo.

Cuatro esquinas amparadas por las interrogantes del alma, mientras un batallón de puntos suspensivos se deslizan, agónicos, entre los pliegues crepusculares de la esperanza.

El silencio se vuelve denso, como la eterna gelatina de un beso discontinuo.

Cuatro esquinas para un solo duelo.

El silencio.

La tristeza.

El llanto.

El recuerdo.

Y desde el horizonte, llegando como una fina lluvia, el amor.

Todo lo demás es accesorio, incluso la luz.

LAS LUCES INTERMITENTES

A veces las luces parpadean.

La luz del faro que ha guiado el camino.

La luz intensa de la primera verbena.

La luz que tintinea en las noches de agosto sobre la cima del Cid.

La luz que guía a los Magos hacia el sendero de Bolón.

Las luces parpadean porque hacen guiños a la eternidad y desafían a Dios.

Y la vida, entonces, pone el intermitente hacia cualquier lugar.

AC/DC

Me encanta encontrar coincidencias. Aunque siempre he pensado que lo fortuito no existe, es como si el universo lo pusiera en nuestro camino para alertarnos, divertirnos o, simplemente, cuestionar nuestra supremacía frente a lo desconocido.

También me gusta jugar a las siglas. Esas letras que parecen encontrarse en un lugar sin sentido, como jugando en el parque de atracciones de un diccionario obsoleto y mal intencionado.

Me gusta creer que las letras me acompañan y algunas, coincidente o no, siguen encendiendo pequeños candiles en mi memoria.

Me gusta la historia. Pronto empecé a intuir lo que era AC (antes de Cristo) y DC (después de Cristo). La supremacía excelsa de un imperio.

Recién entrada la juventud, con necesidad de trabajar y siendo empleada de una empresa de electrónica, aprendí a distinguir la AC (corriente alterna) y DC (corriente continua). Y puestos a desear, habría estado perfecto ser una empleada «legal».

En la soledad de una pandemia sorpresiva, he vuelto a encontrar otra coincidencia. Quizá tan temprana como desconocida. AC (antes del Covid) y DC (después del Covid). Supongo que esto lo reflejarán los libros de historia siglos después, cuando yo sólo sea algo menos que una nada gravitando en el olvido.

Pero, entre todas las AC/DC de mi vida, si me dan a elegir, lo tengo muy claro.

LA VACUNA, LA VIDA, LA ESPERANZA

De repente la vida nos dio un empujón. Apenas nos dejó el único aliento de la supervivencia. Nos creímos inmortales, seres supremos, pero nuestra propia fragilidad nos delató. Quedamos abandonados en el desierto de la incertidumbre. Se cerraron las puertas. Se bajaron las persianas. Y solo la Naturaleza pudo respirar con su propia luz enamorada.

Han sido muchas las voces que han quedado calladas, por siempre, desde aquel sorpresivo marzo. Muchos los corazones sin latido, soterrados en la soledad de una incógnita voraz y silenciosa. Demasiada luz perdida en el oxígeno permeable de un olvido nunca eterno. Demasiados adioses sin piel, sin abrazo, sin beso.

Sin embargo, la vida nos da una nueva oportunidad. Llega la vacuna y, con ella, la esperanza.

Me gusta vivir. Hoy he firmado la renovación de mi contrato vital.

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