Bienvenidos al hogar de mi alma

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Yo no quiero llamarme como me llamo…Alberto Cortez

 

Yo no quiero llamarme
como me llamo…
yo quiero que me llamen
fábrica, campo,
pueblo del sur, amigo,
sudor, trabajo,
camino de herradura,
jornal y Sancho.

Marisma, salinero,
candil de barco,
molino de La Mancha,
viento campeado,
pan áspero y moreno,
duelo y quebranto,
que no quiero llamarme
como me llamo.

Yo quiero que me llamen
buen hortelano,
palomar y colmena,
pozo y establo,
pescador de bajura,
cosecha y hato,
palmera de Levante,
mina y arado.
Como quieran,
Como quieran
llámenme como quieran
,
propios y extraños,
pero no por mi nombre,
pero sí por mi canto,
por las cosas que siento,
por las cosas que amo,
que no quiero llamarme
como me llamo.

Yo quiero que me llamen,
perro sin amo,
tierra no redimida,
vino barato,
herrero, campesino
de cal y canto
que no quiero llamarme
como me llamo.
Yo no quiero llamarme
como me llamo…
Yo no quiero llamarme
como me llamo…

 

Llegan nuevos tiempos


Llegan nuevos tiempos.
Estamos viviendo unos días de absoluto, excitante y lírico vacío de poder.
Y me encanta.
Es como cuando yo me voy de casa tres días y mi hogar se queda a merced del desorden y la pereza,
de la libertad y la anarquía,
del chocolate a espuertas,
de las pizzas rebosantes de calorías,
de los calcetines del revés y la lavadora lánguida con el suavizante a medio perfumar.
Cuando llego, sigue viva, esperándome con el corazón palpitante de esperanza.
Es así.
Pensar que somos inmortales y necesarios es la peor tontería que pueda imaginar el ser humano.
Todos somos prescindibles.
Afortunadamente.
Y por eso estoy contenta.
España sigue en marcha, como diría el buen poeta.
A pesar del fútbol, de los toros, de las tonadilleras encarceladas, de las caras al sol en las playas de Benidorm.
A pesar de las pataletas antiguas de los que se creían dueños del cortijo gubernamental.
España sigue en pie, y alerta.
España respira y habla.
España tiene voz y se manifiesta.
Estamos vivos.
Somos seres mortales, imperfectos y perecederos.
Somos ese segundo que se vuelve eterno en el inmenso suspiro de una ruta fugazmente magnánima.
Somos el clarividente ocaso que muestra la escuálida luz de una lluvia ingenua a través de los cristales de una historia siempre en movimiento.
Somos la voz.
Somos la palabra.
Somos el futuro.
Porque nuestra voz transciende más allá de este vergonzoso silencio que nos habita.
España se mueve, entiende y perdona.
Pero no olvida.

Nos molesta la vida

Nos molesta la vida.

Sólo tienes que encender la televisión, dejarte deslizar por la página de un periódico, mimetizarte o abrir la puerta de tu casa hacia la calle. Sólo tienes que dejar de mirarte el ombligo para descubrir que la vida fluye a tu alrededor. Esa vida molesta, díscola, despiadada o mística; esa vida infinita que se enreda, a bocados intensos, sobre una humanidad que camina hacia las insondables fosas de un destino incierto.

Nos molesta la vida.

Opciones políticas para todos los gustos, conciencias y bolsillos. Palabras rimadas, versos huecos o pellizcos de alma. Cadáveres infinitos hilados en el recuerdo imperecedero de un instante. Voces que quedarán impresas en los muros etéreos de una Red tan maquiavélica como sacrosanta. Pero no es suficiente.

Nos molesta la vida.

Nos angustian los cambios, nos agobian los distintos, desconfiamos de lo desconocido. No queremos que nuestra mano izquierda sepa lo que hace la derecha (lo dice la Biblia). Preferimos seguir siendo el único habitante de un gigantesco ombligo, el Narciso primigenio de una egolatría enquistada en la memoria. Nos asusta el olvido.

Nos molesta la vida.

Odiamos el latido, la esperanza, la luz y el misterio. No queremos lanzarnos al vacío de la lluvia y odiamos los trapecios sobre el fondo indeciso de una red sin aristas. Nos sobra el pulmón del oxígeno, somos entes vacíos de riesgo que buscan el orto ineficaz del silencio.

Nos molesta la vida.

Hemos llegado al fondo.

Me dijo que me llevaría al cielo


Me dijo que me llevaría al cielo.
Y dijo verdad.
Aquí estoy.
No puedo reprocharle nada.
Cumplió con su palabra.
Salvo por las magulladuras, el orgullo perdido y dos costillas rotas,
por fin estoy en paz.
He llegado a la cima de la desolación.
Hay heridas que no se pueden borrar ni siquiera con la muerte.
Sólo lo siento por aquellos hijos que nunca tuve
y se perdieron entre los golpes de un amor incierto.
Me dijo que me llevaría al cielo.
Pero nunca al cielo de los muertos.

Levantarse para resucitar


Pues sí Mariantoñita, esta mañana yo también me he levantado insulsa, meditabunda, emergente en mis interioridades más profundas. Como sin sueño y con migrañas, como desencajada y deshonrada, como recién abortada al infame mundo de las palabras ocultas. Después he recordado que me quedaban unas bragas limpias sobre la mesita de los cafés olvidados, dos azucarillos entre los folios y la tinta de las madalenas, y un rotulador de purpurina en la bandeja del horno, como si se hubiera caído aposta para fastidiarme la levadura de la esperanza.
Es que en mi casa pasan muchas cosas raras, tú ya lo sabes.
El armario lo tengo lleno de ropa que no uso, como siempre. De colores que no pegan con mis ojos, ni con mi ánimo. De tallas que se ajustan a veinte décadas anteriores, cuando yo tenía una regla exacta y sin fisuras, es como el mausoleo de mis años prodigiosos donde todo el glamour se ajustaba a unas caderas tan excitantes como invisibles. Ahora, al menos, con veinte kilos de más, se notan desde el extrarradio. Sin embargo, logro vestirme cada día, no me preguntes cómo, son los misterios del milagro.
Del milagro de vivir,
del milagro de esperar,
del milagro de necesitar,
del milagro de entregar,
del milagro de ser pese a todo,
del milagro de seguir siendo pese a nada,
del milagro del recuerdo y la esperanza.
Y aquí me tienes, Mariantoñita, yo hoy, como tú, me levanté vestida con el pijama de la tristeza, pero ha sido oír tu voz en las ondas magnéticas del paisaje de mi alma, y me he mudado los calcetines, para que no se diga que los tengo llenos de patatas y de hormigas.
Todavía nos queda mucho camino por recorrer juntas.
Por cierto… ¿te has cambiado las bragas?… mira que si nos pilla un camión…

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