Bienvenidos al hogar de mi alma

Mes: diciembre 2011 (Página 3 de 6)

Descubrimientos de 2011 (V): Isabel II de Borbón

Llegó a mi vida como un huracán, una de esas inclemencias cotidianas que el destino te coloca al borde de un caramelo o en el mismo filo de una navaja. Siempre me han gustado los retos difíciles por eso, mirándola a los ojos, le dije que sí, que aceptaba el duelo. Después el tiempo diría quien había ganado.

Ganó ella, a pesar de mi incultura histórica, mi «descreencia monárquica» y mi poca fe en los papeles protagonistas. Y ganó porque fue una mujer enamoradamente-descorazonada, alegremente-triste, impúdicamente-secuestrada, virginalmente-lasciva.

Me robó el corazón y la palabra y me hizo brillar sobre el mar de las inclemencias donde se ahogan los personajes hechos a fuego sobre la sorpresa de la vida.

Quizás en otro siglo, sobre distintos escenarios, el azar nos encuentre abrazadas llorando el mismo llanto de amarga despedida.

Ruina enamorada

Hacemos una ortografía perfecta, solo que a veces se nos olvida poner algunas tildes, especialmente aquellas en las que hablando de mí se me cuela algún tú.
Así que al final he acabado por aceptar que no siendo filóloga ni lingüista estoy enamorada y, como diría mi reina, eso es algo que arruina la vida a cualquiera.

Descubrimientos de 2011 (IV): La Tranquilidad

 Voy a quedarme sin disfrutar de muchos paisajes, sin conocer a tantos niños que, seguro, sembrarían de inocencia mi desconchada alfombra solidaria, sin leer verdaderas palabras que hablan de amor más allá de la letra impresa y sin poder interpretar aquel aguerrido personaje que llena el escenario más allá del mutis y el aplauso.

Pero si miro hacia atrás, si sólo doy un vuelco de ojos a mi alrededor, no puedo más que sentir que el mundo ha sido benévolo y fructífero conmigo. Así pues, he desempolvado mi silla de pensar, de pensar con alegría, para bendecir cada segundo que he andado por los caminos de este mundo. Con mis aciertos y mis errores, mis inquietudes y pozos vacíos, mi eternidad tan fugaz como un suspiro que se enreda en la eterna pregunta.

Porque he descubierto, aunque no lo parezca, que la tranquilidad vive en mí y yo en ella.

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