Como un escapulario de inusitadas alegrías seguimos celebrando que, al menos, seguimos vivos y que, por lo tanto, la curiosidad nos abre camino, la esperanza, el riesgo y la luz, la sutil templanza de una humanidad que camina hacia ninguna parte y hasta el mismo centro del incuestionable universo.
Estamos vivos, en movimiento y sabemos que, más allá de este desierto, hay un oasis donde abrevar con la sed justa de los héroes mínimos que alcanzan la fragancia descalza de la rosa que amanece.
Porque ya es primavera, porque acabamos de desembarcar del sueño, porque nos vamos despojando de las lanas y el miedo, porque, a pesar de todo los almendros ya estallan con una voracidad de siglos cavernarios.
Y también hemos celebrado el día mundial de la poesía, y las fachadas se visten de verso y se adornan, insinuantes, con rimas enamoradas de lascivas ternuras.
Y también hemos celebrado el día de todos los padres, de los que aman, de los que no descuidan su amorosa tarea, de los que luchan y esperan, de aquellos que saben ser algo más que semilla, algo más que fruto baldío en los anales de un tiempo roto.
Y ha sido tiempo para celebrar el día internacional de la felicidad, y el de nuestros compañeros de camino con síndrome de Down, y el de la vida, y el del calendario nunca detenido… y el del amor. Porque al final de todo solo nos queda este instante preciso en el que, pese a todo, seguimos apostando por el futuro de los ojos que abren horizontes nuevos.