La alarma del móvil me ha dicho que va a llover.
Es normal. Ya estamos en otoño.
He recogido la ropa tendida y bajado las persianas.
Las ventanas siguen embarradas de recuerdos y memoria precisa.
Mi madre está en casa. Le abriga la luz de de los alientos ausentes, de las miradas presentes y de toda la eternidad que, como un paraguas de luz, se despliega a través de sus ojos.
Igual mañana salen a pasear los caracoles y se encuentran con mi padre. Él los espera paciente, despacio, entre el romero y el cantueso. Ellos lo invitan al dulce sueño de los siempre vivos.
La lluvia purifica.
Quizás alguien está llorando allá arriba.
Aquí adentro también llueve.
Dejaremos que caiga como una cortina de luz.
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