Junto a las primeras margaritas hoy me han crecido unos extraños días.
Días sin origen ni memoria.
Días degenerados y sin rumbo.
Quizá vengan de una costilla dislocada,
de una contractura enmohecida,
de un infarto desmemoriado y persistente.
Son días como ladillas que persisten al jabón y la penicilina.
Días enquistados en el desasosiego.
Días infinitos como la resaca de un muerto
que sigue alcoholizado de luz en la eternidad del olvido.
Son estos días de lluvia en la sequía,
barlovento en las pestañas,
frigidez estática entre el orgasmo del mundo.
Son estos días de menopausia cíclica en los arrabales de la primavera.
Son estos días sin voz, casi sin aliento.
Lo demás no importa.
Sólo la sed nos salvará del aullido eterno de los pozos.