SUPERVIVENCIA EMOCIONAL

Bienvenidos al hogar de mi alma

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El paraíso que nos espera


                              Para Claudia y Pablo en su cumpleaños
Existe un lugar mágico, después de pasar altas cumbres y curvas empinadas, donde el tiempo se detiene en el latido de una hoja. A lo lejos parece que existe una civilización de prisas y números, de bolsillos hambrientos y platos en penumbra, pero eso queda siempre detrás de las montañas, más allá de los vaivenes y la autopista, más al fondo de los restaurantes con menús apresurados.
Es nuestro paraíso particular y que lleva el nombre de nuestros sueños, el de los que fueron y se cumplieron, el de los que son y se disfrutan, el de aquellos que vendrán, engalanados de luz y vida plena. Es nuestro paraíso de barro y madera ahuecada, de ciervos que comen de nuestra mano y moscas que se disfrazan de hadas imaginarias, de globos y serpentinas y desfiles honoríficos cantando una marcha nupcial al dios de los contenedores.
Y comer con las manos más allá del estómago, y sonarse los mocos con las piedras del río, y descalzarse y volar sobre el infinito pecho de la Serranía de Cuenca que nos eleva en volandas como una cometa de lírica espuma.
Y volver a ser niños eternamente, más allá de estos ojos que nos acarician la memoria mientras nos soñamos ángeles a través de vuestras dulces risas.

Cosas de la Casa Real y otros accidentes

Que sí, Marisofi, que España, últimamente camina al revés, digan lo que digan los líderes votados democráticamente y con la manga ancha para según que cosas y la ley afilada para según que otras.
Mira que el nene se me dispara en el dedo del pie con una escopeta de caza mientras su padre, supongo, se estaba planchando las camisas esas de diseño imposible que se pone en plena decadencia amatoria. Ahora tenemos un infantito cojito (mira por donde la buena de Gloria podría sacar una genialidad de las suyas). Claro, es lo que tiene tener tanto poder, que los niños no se divierten con los click de famobil ni los castillos exin, luego me hacen sentir culpable cuando me dicen que educo mal a mi hija cuando jugamos a la guerra de almohadas las noches de luna llena, debe ser que incito a la violencia y, además, provoco al hombre lobo que anda siempre por los tejados de las casas pobres.
Luego el abuelo se me va a cazar elefantes a África (debe ser que los ciervos ya no le sirven como al señor pequeño del bigote) y en una de esas tropelías, (igual quería emular a Ángel Cristo en sus paseos triunfales por el circo) va y se casca una cadera. Todo normal. Mi abuela se la rompió por falta de calcio en un día de lluvia y ese fue el principio del fin, pero claro, no se puede comparar, este señor calcio tiene de sobra y una corte de médicos a su disposición para fabricarle una nueva aunque sea a punto de cruz con brocados de croché.
Pero para rematar el elenco triunfal también tenemos al tío gorrón (en todas las familias hay uno, para que lo vamos a negar). Harto de tocar las pelotas en olimpiadas varias y canchas selectas, se nos vino encima para vaciar las arcas del Estado, porque él era el Estado, un estado que va innato con la desfachatez y más allá del propio grado de delincuente raso. No tenía suficiente con que todo el país le pagara sus caprichos y lujos varios que, encima, teníamos que pagárselos a las veinte generaciones que le sucedieran. Le pillaron con las manos en la masa pero, no pasa nada, le ampara un apellido (a mi amigo Basi, por robar dos donuts, le protege la Virgen de la Pata al Hombro, eso si el día está bueno).
Así que, Marisofi, no me toques hoy las banderas ni las coronas porque me ha salido un sarpullido en mitad de la memoria y ya no sé si voy o si vengo o si acabo de aterrizar en la ciudad sin ley. De momento, como medida preventiva, he quemado todos los cuentos de Cenicienta que he encontrado por mi biblioteca, el que quiera historias reales que venga aquí, a mi casa, por donde pasea lo mejor de la vida.

Pequeña sinfonía de alas y palabras

Para Rafa y para Álvaro

Venía a comer en su balcón con la esperanza de las migajas disueltas en el calendario. Se alimentaba con poco: algunos restos de pan, una gota de leche acurrucada en el alfeizar o la fibra disimulada de una díscola hoja de lechuga.
A hurtadillas y todavía con sueño, se encaramaba a dos patas, ahuecaba las alas y dejaba entonar un tímido piar como la canción antigua de las madres insomnes. La casa, entonces, se llenaba de ventanas despeinando el levante de las cortinas y en sí misma florecía con una destreza innata de abrazos y de flores.
La bautizó como Pepa porque traía el aroma de salitre y libertad de la caleta de Cádiz y sintió como si llevara volando muchos años, casi doscientos, por el cielo desértico de la tolerancia.
Me enseñaron a amarla y esperar su llegada en las madrugadas limpias de abril, sabiendo que, a menudo, las inclemencias del miedo le harían cambiar el rumbo de nuestra cita.
Ella siempre fue fiel, adivina los corazones de los amores sencillos y quizás algún día, antes de que llegue el adiós para las alas y el beso, venga a despedirse con una rama de olivo prendida en la memoria de la esperanza.

La culpa

Cae rodando como un ovillo de vísceras y pústulas encendidas.
Emerge desde el lodo de la incombustible memoria
y va más allá de los muertos que espían nuestra propia soledad de inocencias remotas.
Se agazapa bajo las camas enseñando sus dientes de tormentas furiosas
mientras afila el duelo con la voracidad persistente de una herida sin nombre.
Viene desde muy lejos,
desde la misma explosión del átomo enamorado,
sobre la ignota semilla de la manzana prendida a la lengua azulada de un reptil ocioso
y se mece, lúdicamente encendida,
sobre la pálida interrogante de la vida que tiembla en los fogones del llanto.
No sabe de nombres ni fronteras,
desconoce los códigos de la luz y las virtudes,
pero todo el paraíso es suyo, sobre el lapidario amanecer de los ataúdes.
Es ella la ocupa la casa del alma cuando anochece, sin aviso,
por entre las ventanas de la esperanza.
Es ella la que dispone los cilicios para esta tortura de algodonados precipicios.

 

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