ESCOMBROS
Teníamos muchos planes
atados firmemente
con cuatro hilos de tinta en la libreta.
Y cruzamos con cintas adhesivas el rostro
de los vidrios.
Y sellamos rectángulos.
Y clavamos las fechas en el muro.
Pero abiertos quedaron
los grifos
las rendijas
y por ellos chorrearon los escombros.
Tentamos muchos planes
atados firmemente
a los renglones.
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Con el desamor ya nada es lo mismo, amigo.
El deseo sabe como a rancio, leche agria,
yogur desnatado.
Ya no es lo mismo, ya nada tiene su originario sabor,
ese perfecto pretérito de dulces y salados
diferenciándose en el paladar de la vida.
Nada, nada sabe a esa sazón cotidiana,
a esa eterna miel diaria plena de sorpresas,
plena de sorpresas y rutina.
No se distingue el azúcar, ni la sazón de las fresas
y los saleros se vierten sin superstición ni milagro.
Cuando el desamor ocupa uno a uno mis sentidos
ya nada es lo mismo, amigo,
mi boca solo distingue el amargo sabor de la soledad.
Aprovecho ahora el mutismo de tus párpados,
el descanso de tus acerados dedos,
el leve letargo de tu palabra…
Aprovecho este instante de reposo estelar
donde las tormentas se diluyen
en la suave claridad que nos contempla.
Aprovecho y te digo,
aun sabiendo que tú escuchas
las rítmicas baladas del sueño,
aprovecho y te canto:
«Amor, es inútil la luz sin tus besos».
Pájaros en la memoria (2007)
Escribimos para dejar constancia del silencio que puebla los vacíos del olvido.
La soledad infinita de los malecones rotos.
El minúsculo crepitar del llanto antiguo que sigue horadando la roca con su incontable levitar de mariposas imaginarias.
Escribimos para seguir viviendo, pese a todo, pese a nadie, sobre la cúpula nefasta del último suspiro.
Currículum in vitro (2015)
Hay días que te asomas a la ventana y la calle de siempre se ha vuelto un lejano desierto de latidos incontables, un páramo desolado de extranjeros vecindarios, de fronteras infinitas como los ayes de un moribundo.
Y es el mismo balcón con geranios disecados, los mismos ojos oteando las vergüenzas ajenas, la misma curiosidad llenando el ladrillo que impregna de moho el nombre impertérrito de las calles.
Algunos transeúntes me miran con disimulo desde su ignorancia elemental sobre el sabor de mi tristeza, otros me saludan con las pestañas abiertas al infinito del infortunio y los que más, ni siquiera me reconocen en el paisaje multicelular del asfalto y el semáforo en rojo.
Ya no reconozco el paisaje que me habita, hoy solo soy una gárgola prendida en la vital esencia de la ciudad sin luz.
2010
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