Con el desamor ya nada es lo mismo, amigo.

El deseo sabe como a rancio, leche agria,

yogur desnatado.

Ya no es lo mismo, ya nada tiene su originario sabor,

ese perfecto pretérito de dulces y salados

diferenciándose en el paladar de la vida.

Nada, nada sabe a esa sazón cotidiana,

a esa eterna miel diaria plena de sorpresas,

plena de sorpresas y rutina.

No se distingue el azúcar, ni la sazón de las fresas

y los saleros se vierten sin superstición ni milagro.

Cuando el desamor ocupa uno a uno mis sentidos

ya nada es lo mismo, amigo,

mi boca solo distingue el amargo sabor de la soledad.

Ediciones Torremozas