Me gusta vivir entre la multitud.
Oler a la humanidad que se mueve, que no se rinde, que ama y odia a partes iguales y que sigue esforzándose en ser ella misma a pesar de las lluvias ácidas, de los impuestos críticos y de las mentiras burocráticas entre coronas y corbatas.
Me gustan los hombres y mujeres que se levantan cada mañana con un beso en la comisura de la esperanza, con un empujón más en los bolsillos medio rotos, con un halo de santificada promiscuidad en el encaje de sus enaguas.
Me gusta la libertad de elegir.
Ese vértigo de saberse viviendo en un laberinto de enconados rincones y avenidas amplias como caudales de río enamorado.
Hoy luz, mañana sombra, pasado, el destino de un eclipse que se escapa a la memoria de los astrólogos locos.
Me gusta el aroma de los calendarios iguales.
De los festivos encarnados.
De las noches con saliva y pesadillas.
Y el amanecer con sueño y sin tostadas.
Me gusta el olor a café con leche y el té de canela.
Me gusta el libre albedrío.
Me gustan los ángeles y los demonios.
El olor del vino y el aceite de oliva.
Me gusta ser yo y, también…
Me gustas tú.