Bienvenidos al hogar de mi alma

Categoría: Sindicato Bergerac (Página 16 de 17)

Escribir

Escribimos para dejar constancia del silencio que puebla los vacíos del olvido.

La soledad infinita de los malecones rotos.

El minúsculo crepitar del llanto antiguo que sigue horadando la roca con su incontable levitar de mariposas imaginarias.

Escribimos para seguir viviendo pese a todo, pese a nadie, sobre la cúpula nefasta del último suspiro.

La lluvia, hoy, el olvido

Hoy ha amanecido el día gallego: lluvioso y lleno de preguntas. Apenas he abierto el paraguas, una sensación de naufragio me ha calado la memoria. Tengo que empezar a desordenar los cajones, a romper viejas fotografías, a incinerar en el olvido tanta herida descubierta, tanto llanto quebrado en los paisajes del tiempo. Quemar rastrojos y mangas, botones y cucharas frías, bolsillos llenos de lodo taponando las ventanas que siempre dan al mediodía.  Y la lluvia cae, como sin cielo, como un milagroso maná que invitara a la despedida.

No es necesario

 

 

A veces no es necesario quererte más,
ni menos.
Dejar que el tiempo desdibuje memorias de humo,
sombras aletargadas al olvido,
deseos inacabados
sobre el precipicio de la impostura.
No es necesario el gesto y el beso,
la tímida caricia a través de la nuca,
las pupilas enmarcadas en ojales de hielo.
A veces no es necesario quererte,
quererte dentro
para desquererte luego.

La era del desencanto

 

Ya no me convence el llanto ni la postura impostada del advenedizo camaleón funcionario. Tampoco las lacónicas clarividencias de los estigmados electos en el gozo y la virtud.
No sollozo ante los féretros infames ni sobre los paritorios rebozados con el viento del olvido, porque acabo de licuarme la sangre sobre los campos desalentados de mis amigos muertos.
Es esta sed inoportuna, el hambre devorando impropias latitudes, caóticos espejos donde la luz se eterniza sobre los pozos del miedo.
Es el eterno holocausto de las verdades a medias, esquinas cubriendo distancias de lodo desde donde la vida erige sus sombras sobre columnas de humo.
No buscar mi voz más allá del glaciar de los silencios, que ya no quedan sílabas ni margaritas para tanta piara elevada a los cielos.

El sol en la espalda

 

A veces da la impresión que caminamos a contracorriente, nos escondemos en el silencio o erigimos parapetos en torno al denostado olvido. Queremos simular una normalidad de hormiga laboriosa mientras añoramos cantos de sirenas disfrazadas de cigarras en el mismo yacimiento de la melancolía. Nuestra única voluntad es ser felices por encima de nuestra propia felicidad, por eso nos impacta sabernos libres e imperfectos, tetrapléjicamente dispuestos al latido y a la espera.

Y nos asusta esa voz de niño huérfano que nos pide pan de luz desde el fondo imprevisible de nuestra alma, mientras caminamos sordos hacia el malecón donde los suicidas engalanan sus íntimos mausoleos de sal y ámbar.

A veces parece que vivimos con el sol colgado de la espalda mientras una lámpara de aceite tirita entre los dedos, entre la huella fugaz de la memoria.

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