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Categoría: Cotidiana eternidad (Página 40 de 41)

Descubrimientos de 2011 (I) : Antílopez

Aunque parezca que todos los años sucede lo mismo, que la vida, con el tiempo, ha dejado de sorprendernos o que ya nada podemos descubrir desde que nos encontramos el ombligo, cada día, cada segundo, viene con aires renovados y descubrimientos nuevos. Yo he tenido muchos durante este año, así que he escogido algunos para compartirlos con vosotros.

El primero es un grupo andaluz que tuvimos la suerte de encontrar en la Sierra del Segura, allá por tierras de Jaén. Todos fuimos a trabajar en la Feria Internacional del Aire, ellos cantando y nosotros, como siempre, haciendo los titiriteros. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto en un concierto, tanto que repetimos experiencia, esta vez en Valencia. Aquí os dejo sólo una pequeña muestra de tanto arte. Ellos son los Antílopez.

Página Oficial | Antílopez

¡Qué suerte tengo de ser!

Han intentado matarme los ciclones de la hipocresía, los virus insurrectos de la incipiente democracia. Me he dejado un codo, la virginidad y varios dientes y ya voy resintiéndome de esta cadera o de aquella rodilla. «Los años no pasan en vano», me lo dijo aquella anciana que vivía en la Biblia y se hartó de parir hijos a la sombra de un hombre, que según la costumbre, era santo. He recorrido el mundo al compás de mis zapatillas y estoy dejándome la esperanza en cualquier esquina del llanto.

Sigo viva.

Mi sombra me acompaña a pesar de la lepra de mi silencio, por eso le cuento fábulas alrededor de una hoguera inventada para que siga aquí, arrítmica e insondable, como yo. Pero tengo mucha suerte, a veces me vislumbro siendo otra que no soy yo y me compadezco de esa otra-mí-misma, de tanta perfección idealizada, de esa bondad de plástico que supuran las esquinas cuadradas del desaliento.

Por eso sigo aquí: desarticuladamente enamorada, lamiéndome las últimas vísceras con la lengua viperina de las verdades incipientes, caóticamente fugaz y tan perecedera como esas hojas que, ahora, crujen bajo mis suelas. Pero dejadme que hoy, y sin que sirva de precedente, me alegre por mi sonrisa y por esta luz de eterna esperanza que, de vez en cuando, cruza por el camino de mi alma.

 

La navidad que se avecina

Pues sí Marichen ya estamos otra vez, como quien dice, en Navidad y, como quien no quiere, acabando otro año.

No he tenido tiempo de comerme los polvorones del año pasado y ya se me vienen encima las celulitis mórbidas de los roscos de vino y el turrón de chocolate. Hay que empezar a afinar la pandereta y quitarle el moho al pino de plástico con sus adornos de cartulina, y hacer de tripas corazón o, mejor, tragárselas como puños para no acordarse de la madre de algún que otro político que anda celebrando navidades eternas entre corruptelas y negocios sucios.

Y es lo que yo te diga, con el carné de paro en la mesita de noche (por si se les ocurre montar una inspección de madrugada) y la cartilla del banco temblando de frío, no sé que paz y amor voy a colgar yo este año en la puerta, más bien cambiaría el letrero para poner: «se agradecen donativos, aunque sean de esperanza».

Amores de desayuno

 Lo tenía decidido, de aquella noche no pasaba.

Abrió la puerta de la despensa con un sigilo de escrupulosa tristeza. Todavía quedaban algunas horas para que amaneciera y el desayuno no estaría listo hasta rayar el alba. El silencio era un manto de desoladas ausencias. Quería asegurarse antes de tomar la decisión final, pero su mente, antes esponjosa y tierna, se había convertido en una pétrea masa de recuerdos insistentes.

Se asomó a su dorso, efectivamente, estaba a punto de caducar. “Si él me siguiera queriendo”, pensó, “si todavía se fijara en mis curvas avainilladas… todo sería más fácil”, pero él se había ido con otra, hacía días, a sólo Dios sabe que profundas digestiones. Una historia de película, como tantas otras: atractivo Croissant conoce a recién horneada Ensaimada y decide abandonar a su fiel Magdalena en el mismo límite de la desolación caduca. Ya sin ánimo para desear unos hambrientos jugos gástricos, sólo le quedaba buscar un fin rápido, definitivo y contundente.

Unas horas después, María seguía preguntándose a quién se le había ocurrido, en mitad de la noche, hornear una magdalena hasta dejarla inservible. Limpió como pudo la masa pringosa del suelo del horno y hasta creyó oír un pequeñísimo llanto, como si viniera del fondo de la despensa. No sabe porqué extraña razón, la bolsa de la magdalenas estaba encharcada en agua.

La buena gente

 

  Para mi familia andaluza

Nos embellecemos al contacto con la gente,
con la buena gente.
Cada cual con su mirada y su ritmo,
su olor y sus manías,
su agónica sed de edades imperturbables
o la esencia multicelular de su oxígeno.
La buena gente nos lanza en altura,
nos sumerge en abrazos
y nos manda señales de humo a través de los párpados
que emana el almíbar de la esperanza.
Son los grandes desconocidos del calendario,
los anónimos transeúntes de la luz cotidiana,
los que no aparecen en listas ni en preámbulos
y soportan el peso de la vida a lomos de su espalda.
Son los que expanden células y sonrisas a partes iguales,
los que besan sin miedo, sin pudor ni pecado,
los que saben que la libertad es mucho más que un silencio,
mucho más que un olvido o una ley obsoleta en los anales de la historia.
La buena gente es el sol de los días grises,
el punto y seguido de un domingo perfecto,
la beatitud bordada en carne
o la concupiscencia hecha milagro.
La buena gente está a nuestro lado
por eso, de tanto verla, a menudo, la olvidamos.

Al sur del sur

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