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Categoría: Cotidiana eternidad (Página 38 de 41)

Mi mundo y Maricarmen

                                                                                              A Joanmi Reig

Pues sí, Maricarmen, que hoy me invade la desgana. No sé, debe ser este frío glaciar, la descorazonada intransigencia de las entidades públicas o este huracanado sentimiento de haber perdido la esperanza en cualquier recodo del camino. Hoy no estoy para palabras ni para versos, hoy estoy, solamente, para que me mires al fondo de tu bola y me digas, como el espejo a la bruja de Blancanieves, que soy la más bella del reino.

Hazme un vudú de esos que tú sabes, risa adentro, carcajada jubilosa que cae como en una catarata de lluvia enamorada, eterno bálsamo para cuando los sueños se lapidan bajo un huracán de realidades precisas.

Mírame el tránsito de las estrellas, que mi planeta regente debe haber perdido su órbita y anda vagando zodiacos somnolientos a través de la Vía Láctea de mis venas.

Saca tu plumero de étnias infalibles, regalo virtuoso de un antiquísimo gurú que andaba descifrando el eco de la temblorosa enredadera, y hazme una apertura de chakras hasta en la misma médula de conciencia.

Menos mal que estás tú, Maricarmen, para regalarme la esplendorosa luz de tu bombilla, ahora que corren tiempos sombríos sobre las puertas cerradas.

 

Volviendo siempre

Pues sí, Marichis, parece que una se queda durmiendo, de repente, entre la última sílaba y el primer suspiro en suspenso de un verso enloquecido y mohoso. Que se recluye del mundo y su tránsito, de la vida y su beso, de la muerte y su daga. Pero es mentira, somos omnipresentes, aun quedando en el silencio, porque estamos hechos del mismo barro de dios, porque somos dios, porque nosotros lo inventamos para excusarnos ante el miedo y la pereza de ser libres. Ahora cuelga el teléfono, como siempre, y reza un responso engolado para mis asesinatos premeditados. Estoy dispuesta a ir a la horca, pero antes déjame decirte que, aunque parezca muerta, siempre vuelvo porque yo soy de las que insiste y tropieza, eternamente, en la misma piedra.

Compras blancas en navidad

Como te lo digo, Maricapi, con los labios recién pintados, una buena pasada de peine y las ingles impolutas, cogí de la mano a mi niña, que iba a la par con mi apariencia desnaturalizada, y nos fuimos a pasearnos tranquilamente por «El Corte Inglés» cual dos poseedoras de una Visa Oro incombustible.
Planta Baja: «Sí que huele bien este perfume, es cierto que parece tan sensual como en el anuncio, pero no sé, me lo voy a pensar, señorita».
Planta Primera: «Vaya que es hermosa esta Montblanc, y por el precio seguro que habrá pertenecido al mismísimo Alejandro Dumas, por cierto ¿no la tendrá usted en versión bic cuatro colores?».
Planta Segunda: «Por favor, la talla 42 de este modelito de Carolina Herrera, ¿Dónde están los probadores?, ¿Cómo se atreve a decirme que no me entra?, pues por grosera ahí se queda y la percha me la llevo de recuerdo».
Planta Tercera: «Mira, mira, que corbata para tu padre, seda salvaje, pintada a mano… lo malo es que ahora las florecitas ya no se llevan, ahora somos más de pájaros».
Planta Cuarta: «Trae aquí la cabeza que te voy a probar esta pamela bautismal que vas a ser la envidia de todo el barrio. Si es que eres guapa hasta con los diseños más inútiles, y si no que se lo digan a la de la Prada».
Planta Quinta: «¿Los skies los venden por pares o puedo comprar uno para mi cuñado el cojo?».
Planta Sexta: «¡Qué diseño, qué glamour, qué categoría de última tecnología super-ergonómica!… esto es planchar y lo demás es batallar con el mundo hostil de las arrugas!».

Sin compras, sin bolsas ni lazos y sin desenfundar la cartera, tal como entramos nos fuimos. Mi marido nos esperaba en la puerta después de haber ido a denunciar a su empresa por fuga e impago en Magistratura de Trabajo. Ahora nos tocaba ir al BBVA a reclamarles el atraco de las comisiones.
Intenté matar a la cigarra que hablaba de la feliz navidad en la cornisa del Cortylandia, pero ya no me quedaban ánimos ni para aplastarla con un poema.

Descubrimientos de 2011 (VII): Amarte todavía

Deshacerse del moho enquistado que acumulan las tétricas paredes de ladrillos asimétricos, ventanas medio abiertas y balcones que asoman a un paisaje de árboles de plástico.
Acostumbrarse a que se peguen las lentejas, a que batallen los garbanzos o enseñen su lascivia imperecedera esos fideos que inventan eternas coreografías más allá del “avecrem” o de la sopa rápida desnatada y sin tiempo.
Amarte con la prisa justa de un segundo eterno o del siglo que acumula verdades a medias entre juicios y fuego. Dejar que la vanidad del instante lo borre todo para renacerlo después entre bautismos inútiles y comuniones sin velo.
Es la eterna incógnita, la fórmula inexacta que explosiona entre el oxígeno y el beso, la variable que llena de luz el átomo que retoma el barro bajo el mismo llanto de la órbita y el sueño.
Es amar todavía, pese a todo, pese al tiempo y la memoria. Más allá de nosotros mismos, de los labios y los brazos. Mucho más lejos de toda lógica, como si un dios sin miedo nos hubiera unido en el horizonte de una ensoñación retórica sólo apta para el olvido del fuego, de la nada brutal y cotidiana que desliza sus tentáculos de perecedera eternidad en el trasfondo del calendario.

Revolviendo la Navidad

Pues sí, Maricrismas, este año he decidido tomarme las navidades de otra forma. No he probado ni un sólo polvorón, y no te vayas a creer que es por los controles calóricos, que yo a estas alturas me los paso por el forro de las lorzas, es que, casi mejor, me los guardo para julio que en el calor de la playa tienen que sentar divinamente.
Tampoco he visto el discurso del rey, no es que otros años le hiciera mucho caso, la verdad, pero parece que ese soniquete entre gangoso y de ultratumba daba paso, como con más formalidad, a chupar las cabezas de los langostinos de una forma más ceremoniosa. Total ya sé lo que ha dicho, que la justicia es igual para todos pero jódete tú que yo soy el rey.
No he comprado lotería, nunca he sido de números y esos niños repelentes me dan tanta grima que un día de estos los debían santificar.
Tampoco he puesto árbol ni belén. Es pura pereza, lo sé, y que también me van dando miedo las alturas, sobre todo los altillos de este armario que guardan toda una vida acolchada entre polvo e insectos. Y que no tengo ganas de tocar bolas, ni lanzar purpurinas, ni encender velas esperando la buena-nueva, la misma que debe haberse perdido por a saber que otras vidas.
Y todo es por llevar la contraria, respondona y cabezota que nací y que, con los años, se afianza más en mi propia idiosincrasia primitiva.
Ya no mando postales, ni devuelvo los SMS con felicitaciones divertidas, ni cojo el teléfono cuando sé que me van a desear la felicidad efímera de una sola noche.
Pero tú, por si acaso, déjate el móvil a mano que el día menos pensado te llamo para tomarnos un granizado de limón bajo el gélido cielo de diciembre, mirando hacia levante y con los pies desnudos.
Porque siempre hay un día para iniciar el camino.

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