Tengo frío.
Llevamos muchos inviernos de sequía, malas prácticas e indiferencia.
Inviernos que transcurren incluso en agosto.
Tengo frío y hambre.
Los versos no me alimentan.
Estoy mayor, he luchado mucho (o quizás nada), pero no me quedan fuerzas.
Me quedo aquí viendo como hay promesas como barrigas de pozos, lenguas de sapo y pantanos que prometen caudales imposibles.
Me quedo aquí, agazapada entre las sombras de las «ilustres artes», nadie se dará cuenta, nadie sabrá que algún día volé entre una rima imperfecta, me desgarré el alma sobre un escenario desvencijado, me desnudé en la plaza de un pueblo que quema brujas inocentes y aplaude las corruptelas de palacio.
Abandono.
Tengo frío.
Sólo necesito una fregona, un contrato sin firmar y un silencio inmaculado.
He llegado al fondo.
Por fin soy una persona correctamente normalizada.
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