Para Claudia y Pablo en su cumpleaños
Existe un lugar mágico, después de pasar altas cumbres y curvas empinadas, donde el tiempo se detiene en el latido de una hoja. A lo lejos parece que existe una civilización de prisas y números, de bolsillos hambrientos y platos en penumbra, pero eso queda siempre detrás de las montañas, más allá de los vaivenes y la autopista, más al fondo de los restaurantes con menús apresurados.
Es nuestro paraíso particular y que lleva el nombre de nuestros sueños, el de los que fueron y se cumplieron, el de los que son y se disfrutan, el de aquellos que vendrán, engalanados de luz y vida plena. Es nuestro paraíso de barro y madera ahuecada, de ciervos que comen de nuestra mano y moscas que se disfrazan de hadas imaginarias, de globos y serpentinas y desfiles honoríficos cantando una marcha nupcial al dios de los contenedores.
Y comer con las manos más allá del estómago, y sonarse los mocos con las piedras del río, y descalzarse y volar sobre el infinito pecho de la Serranía de Cuenca que nos eleva en volandas como una cometa de lírica espuma.
Y volver a ser niños eternamente, más allá de estos ojos que nos acarician la memoria mientras nos soñamos ángeles a través de vuestras dulces risas.