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Compras blancas en navidad

Como te lo digo, Maricapi, con los labios recién pintados, una buena pasada de peine y las ingles impolutas, cogí de la mano a mi niña, que iba a la par con mi apariencia desnaturalizada, y nos fuimos a pasearnos tranquilamente por «El Corte Inglés» cual dos poseedoras de una Visa Oro incombustible.
Planta Baja: «Sí que huele bien este perfume, es cierto que parece tan sensual como en el anuncio, pero no sé, me lo voy a pensar, señorita».
Planta Primera: «Vaya que es hermosa esta Montblanc, y por el precio seguro que habrá pertenecido al mismísimo Alejandro Dumas, por cierto ¿no la tendrá usted en versión bic cuatro colores?».
Planta Segunda: «Por favor, la talla 42 de este modelito de Carolina Herrera, ¿Dónde están los probadores?, ¿Cómo se atreve a decirme que no me entra?, pues por grosera ahí se queda y la percha me la llevo de recuerdo».
Planta Tercera: «Mira, mira, que corbata para tu padre, seda salvaje, pintada a mano… lo malo es que ahora las florecitas ya no se llevan, ahora somos más de pájaros».
Planta Cuarta: «Trae aquí la cabeza que te voy a probar esta pamela bautismal que vas a ser la envidia de todo el barrio. Si es que eres guapa hasta con los diseños más inútiles, y si no que se lo digan a la de la Prada».
Planta Quinta: «¿Los skies los venden por pares o puedo comprar uno para mi cuñado el cojo?».
Planta Sexta: «¡Qué diseño, qué glamour, qué categoría de última tecnología super-ergonómica!… esto es planchar y lo demás es batallar con el mundo hostil de las arrugas!».

Sin compras, sin bolsas ni lazos y sin desenfundar la cartera, tal como entramos nos fuimos. Mi marido nos esperaba en la puerta después de haber ido a denunciar a su empresa por fuga e impago en Magistratura de Trabajo. Ahora nos tocaba ir al BBVA a reclamarles el atraco de las comisiones.
Intenté matar a la cigarra que hablaba de la feliz navidad en la cornisa del Cortylandia, pero ya no me quedaban ánimos ni para aplastarla con un poema.

Revolviendo la Navidad

Pues sí, Maricrismas, este año he decidido tomarme las navidades de otra forma. No he probado ni un sólo polvorón, y no te vayas a creer que es por los controles calóricos, que yo a estas alturas me los paso por el forro de las lorzas, es que, casi mejor, me los guardo para julio que en el calor de la playa tienen que sentar divinamente.
Tampoco he visto el discurso del rey, no es que otros años le hiciera mucho caso, la verdad, pero parece que ese soniquete entre gangoso y de ultratumba daba paso, como con más formalidad, a chupar las cabezas de los langostinos de una forma más ceremoniosa. Total ya sé lo que ha dicho, que la justicia es igual para todos pero jódete tú que yo soy el rey.
No he comprado lotería, nunca he sido de números y esos niños repelentes me dan tanta grima que un día de estos los debían santificar.
Tampoco he puesto árbol ni belén. Es pura pereza, lo sé, y que también me van dando miedo las alturas, sobre todo los altillos de este armario que guardan toda una vida acolchada entre polvo e insectos. Y que no tengo ganas de tocar bolas, ni lanzar purpurinas, ni encender velas esperando la buena-nueva, la misma que debe haberse perdido por a saber que otras vidas.
Y todo es por llevar la contraria, respondona y cabezota que nací y que, con los años, se afianza más en mi propia idiosincrasia primitiva.
Ya no mando postales, ni devuelvo los SMS con felicitaciones divertidas, ni cojo el teléfono cuando sé que me van a desear la felicidad efímera de una sola noche.
Pero tú, por si acaso, déjate el móvil a mano que el día menos pensado te llamo para tomarnos un granizado de limón bajo el gélido cielo de diciembre, mirando hacia levante y con los pies desnudos.
Porque siempre hay un día para iniciar el camino.

La navidad que se avecina

Pues sí Marichen ya estamos otra vez, como quien dice, en Navidad y, como quien no quiere, acabando otro año.

No he tenido tiempo de comerme los polvorones del año pasado y ya se me vienen encima las celulitis mórbidas de los roscos de vino y el turrón de chocolate. Hay que empezar a afinar la pandereta y quitarle el moho al pino de plástico con sus adornos de cartulina, y hacer de tripas corazón o, mejor, tragárselas como puños para no acordarse de la madre de algún que otro político que anda celebrando navidades eternas entre corruptelas y negocios sucios.

Y es lo que yo te diga, con el carné de paro en la mesita de noche (por si se les ocurre montar una inspección de madrugada) y la cartilla del banco temblando de frío, no sé que paz y amor voy a colgar yo este año en la puerta, más bien cambiaría el letrero para poner: «se agradecen donativos, aunque sean de esperanza».

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