Perdona, Maripepe, pero no he podido cogerte el teléfono antes, se me ha quedado enterrado entre un montón de papeles azules y versos descuartizados por la gramática y el llanto repentino. Tareas de esas que dejas para la eternidad del olvido y que no quieres que se pierdan entre los envoltorios de las magdalenas y los calcetines a punto de zurcirse por la desidia de no verlos. Es que el calendario se me amontona. Es año bisiesto y, encima, el año del dragón y eso siempre impone, aunque no sepamos lo que significa. Vuelta a los escenarios, a coronarme de reina, este fin de semana a Salamanca, el otro a Almería. Una exposición con poemas que se cuelan entre el arte. Más versos que se hacen voz en la garganta de mi hermana y proyectos que van y vienen como el que se sube a un tren sin destino y sin maleta. Y ahora, entre tanta vorágine, es cuando una se pregunta: ¿por qué no me habré dedicado a hacer punto de cruz y a ver la telenovela como todas las mujeres decentes?, ¿por qué no habré sido santa como las monjas me enseñaron en mis años de catequesis?, ¿por qué Dios y Franco, y viceversa, me hicieron rebelde y me empujaron a conocer el néctar concupiscente de la poesía?… Maripepe…Maripepe… ¿tú me escuchas?… ¡¡Hala, otra que se ha ido a freír albóndigas en la soledad de los calendarios iguales!!