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Etiqueta: felicidad

Sumar, restar o todo lo contrario

Hay maestros que, sin ser expertos en matemáticas, suman, restan o todo lo contrario.

Cuando J.C. entró en el aula 18 del instituto sintió una emoción extraña, no escuchaba ni un solo bostezo, ni una risotada maléfica, ni siquiera ese susurro adolescente-patético que se escapa entre la vergüenza, la apatía o la indiferencia.

Se sintió aliviado. Era lunes y no estaba para fiestas, la mezcla del aburrimiento dominguero aderezado con las declinaciones de latín habían provocado una resaca tan voluminosa que  todavía le duraba.

Ni el paracetamol, ni el serial de media tarde del domingo habían conseguido calmar la ansiedad, tampoco esa siesta sin sueño, sin pesadilla ni orinal habían logrado llevarlo al «Nirvana de la Hibernación Perpetua» (el único objetivo desde que consiguió sacar su plaza fija como profesor de secundaria).

Abrió el temario por la página XLV. Señaló con su dedo índice, de forma aleatoriamente febril,  el primer párrafo, leyó con el tono difuso y el aliento descafeinado:

«Brevis ipsa vita est sed malis fit longior» (Nuestra vida es corta, pero se hace más larga por las desgracias), Publius Syrus. Por cierto, ya tengo vuestras notas: suspendidos, como siempre.

Cicerón levantó la mano de cadáver petrificado, y con su habitual voz ronca como de caverna enclaustrada en los siglos de la historia, sentenció:

«Ut sementem feceris, ita metes» (lo que siembres será lo que coseches).

Anocheció en la mente perfectamente ordenada de J.C., mientras un vómito de insulso desprecio por su vocación le ahorcaba la esperanza. Quedó convertido en cenizas, las que acabaron esparcidas en el despreciado mundo de su lengua muerta.

Al contemplar tan patética escena, y alegre por el deber cumplido, Séneca sacó a pasear su lírica verborrea:

«Si vis amari, ama» (Si deseas ser amado, ama)

Las buenas amigas

A las buenas amigas se les conoce porque huelen distinto: pan recién tostado en los fogones de la esperanza, almendra que cae como polvo de luna sobre los flanes del viento o vainilla cernida en los alambiques del olvido.
Las buenas amigas se reconocen y cantan las melodías antiguas en las que las ninfas se enamoran de los juncos hendidos por la luz, mientras hacen cabriolas más allá del níveo tránsito del llanto. Tañen laúdes con la voracidad de un eco que renombra el tibio sol de la primavera lejana.
Las buenas amigas nunca se echan de menos porque siempre están presentes a pesar de la distancia, se intercambian los ojos, apenas tejidos en las ruecas del viento, y aprenden a volar sobre los mismos valles que las encontraron dormidas en las cuevas del deseo.
A las buenas amigas se les encuentra siempre sonriendo más allá de los labios, mucho más lejos del propio latido, virginalmente inmersas en la hoguera incorrupta donde crepita la ígnea voluntad del beso inmenso.
Son océanos y lagos, inabarcables islas de enamoradas colinas, ignotos continentes sobre los paisajes edénicos de la memoria colectiva del mundo.
Y todo esto lo sé porque, las buenas amigas, me lo contaron una noche de agosto, ebrias de luna, mientras una cortina de estrellas fugaces las coronaba bajo el frágil contoneo de la cornisa celeste.

Desenredando la infelicidad

Al final va a tener razón, Marifeli, aquel que acabó planchando huevos y friendo corbatas. El mundo está patas arriba, y no es que yo tenga especial preferencia por el orden y los métodos establecidos, que ya me conoces tú en mis desvaríos y rarezas genéticas, pero es que hay ciertos discursos que ya suenan como a tontuna colectiva e idiotez extrema.
Y es que vivir en un mundo de felicidad plastificada tiene estas terribles consecuencias.
Nos miden la cintura pero no el cerebro.
Nos controlan la cuenta bancaria pero no el bolsillo.
El amor se encuentra en un plató de televisión y tu único oficio es enseñar la abominable musculatura de tu ignorancia (y viceversa).
La luna está demasiado lejos y la verdad viaja entre los asteroides del miedo, organizando órbitas de palabras inútiles.
El miedo lo ocupa todo y la desgana es la reina de todos los postres, por eso seguimos aplaudiendo coronas y cuernos a partes iguales.
Hemos tocado fondo sobre el rancio andamiaje de una sociedad sin suelo porque elegimos el oscuro palpito de las cavernas antes que el dulce crepitar de un horizonte sin velos.
Hoy es el momento de comer manzanas y polen.
La infelicidad vive en el sollozo extremo de la ignorancia, en el estable galeón del conformismo, en el enamorado laberinto de nuestro propio tanatorio.
No vamos a esperar más, despleguemos la luz, este es el instante, y mañana siempre es tarde para retomar el vuelo.