Llegada la hora intentamos irnos,
dejamos de respirar,
nos cierran los ojos
y se llena de vacío la memoria fugaz del calendario.
Se cubren de cera las oraciones inventadas
y un tímido halo de bondad y pergamino
sobrevuela el tejado de los hogares sin rumbo.
Queremos irnos
para comernos la tierra del alacrán y la hormiga,
desnudos de huesos,
ya sin sed en el costado de los pozos vacíos.
Intentamos irnos,
nos llama el cansancio,
la pétrea voluntad del mármol yacente,
el ocaso dividido en columnas de humo.
Pero siempre hay un eco de aromas renovados
que, resistiéndose a la huída,
nos llena de huellas los zapatos imberbes,
como recién estrenados hacia la luz del mundo.
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