Querida MariIberia, cuando leas esto, seguramente, yo estaré camino a otras tierras. Lanzada al sur, como el viento de levante que despeina los flequillos y las playas de mis hermanos gaditanos.
Llevo poco en la maleta, con ponerme la corona es suficiente, si acaso un carmín, por aquello de lucir una sonrisa brillante.
Me gusta viajar y hablar, así que con el teatro he encontrado la forma de satisfacer mis anhelos a pares.
La carretera se nos muestra en el horizonte como un gusano de inquietantes destinos sabiendo que, más allá de aquellas colinas o de ese bosque de tejados, el mundo nos espera con la sonrisa abierta entre los desconchados bolsillos.
Me gusta hacer reír pero, también, meter el dedo en la llaga del pensamiento. Por eso, entre ser payasa y filósofa, me he quedado con lo mejor de ambos y me sueño actriz, eso sí, sólo sobre la delicada línea del afilado verbo hecho carne en la temeridad del olvido.
Ahora voy a tomarme una cerveza a tu salud, para que no vuelvas a decirme que el lugar de las mujeres de mi edad es la ensoñación etérea de lo que pudo ser y nunca ha sido. Hoy voy a celebrar contigo, y con tu tristeza, que sigo viva y, por lo tanto, libre de meterme en el sueño que yo quiera. Así podré decir como mi reina, cuando ya le estaba llegando la muerte, «¡Que me quiten lo bailao!».