Pues sí Mariangustias, a veces me siento como un matarratas, un «cucal» desenfrenado e indecente o el cianuro inclemente de los seres angelicales de la vida. Sí, hija sí. Digo seres angelicales porque se pasan todo el día tocándose los bajos de la lira, que si al menos sonara tendría su gracia. Pero me tienen hasta el moño de alas que no aletean por miedo a las alturas, palabras que se esconden tras silencios velados y prudencias santificadas en «ocultamientos» peligrosos por miedo al pecado. Yo lo tengo claro, son seres tóxicos que extienden su complacencia sobre el pecado inmundo de la vida. Ahora ya lo sé. Nací para vivir y de los altares espero sólo ese diminuto silencio que precede a la batalla, ese aliento de esperanza constante antes de la última herida, del fatal desenlace de las crisálidas. Lo demás, ¿qué te voy a contar a ti?, es puro marketing de películas trasnochadas de Hollywood, diálogos decadentes e imprecisos en la cumbre del éxito, la parafernalia imprecisa de la gente que sueña más allá del horizonte. «Peter Panes» que no han crecido pero que saben como emplear su dualidad de niños para tocar los bajos, y esta vez sin lira.
Mariangustias… Mariangustias… ¿me estás oyendo?… ¡¡hala otra que pasa de mis palabras, si es que cuando yo digo que tendría que haber nacido muda…