Para Sango, Antonio y Alberto.
Los patos deslizándose por el Tajo sobre el rumor de los bocadillos. A lo lejos el Alcázar rememorando historias ya vencidas. Un paseo entre armaduras con olor a calamares fritos mientras callejear se convierte en el espléndido pasatiempo de los persistentes turistas. Allá lejos el horizonte, pintando nubes manchegas sobre la plácida alfombra de Castilla la llana. Un café, una cerveza y un helado de vainilla. Un camarero peinado sobre la antipatía de la autovía. Gasolina y musgo. Lluvia cayendo sobre el pavimento de Béjar dormido. Un abrazo vestido de galas monárquicas y una estatuilla de bronce con dos consonantes que saben a hornazo casero. Un bocata de jamón para iniciar la madrugada y el sueño cayendo sobre las sábanas recién planchadas. Café con leche, tostada y despedida. La Virgen del Castañar con su barroco insistente. La nieve de Candelario, las batipuertas y el pan. El barrio judío de Hervás con su gato-guía medio bizco. El castillo de Oropesa, sus callos y un cortometraje con encanto. La autovía y las cervezas, y las canciones, y los sobaos con chocolate, y Madonna que no aparece. Y el mundo. Y la vida. Y la amistad. Y la noche, nuevamente, recibiéndonos a escondidas sobre el manto cálido de nuestra casa.
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