Nos quejamos porque llevamos un mes confinados en casa. Nos han quitado la libertad de pasear, hacer deporte al aire libre, comprar sin control en las grandes superficies, subirnos a los columpios o besarnos en la boca a la orilla de la playa.

Sin embargo, lo cierto, es que llevamos más de ochenta años confinados.

El confinamiento del silencio, la aceptación, el miedo y la falsa libertad. 

La sombra de la corona es alargada y, como los cipreses, muere de pie, aunque lo haga sobre el amurallado territorio del cementerio. 

Todos los confinamientos terminan un día. El día en el que, por fin, se abran los ojos.