Cuando mi madre me dijo que yo era la reina de su casa me lo tomé tan en serio que no he parado hasta conseguirlo. Después vinieron varias princesas y un príncipe para colmar la corte de bendiciones, griteríos varios y algún que otro soponcio maternal.
Ser la reina me está trayendo muchos quebraderos de cabeza y alguna que otra angustia vital y teatral, pero, ¿para qué negarlo?… me gusta el poder, sobre todo cuando es compartido y querido desde la misma entraña de la viscerabilidad.
Así que, próximamente, en los mejores teatros del mundo mundial, “Que me quiten lo bailao” con Carasses Teatro y no olvidar que: “Yo soy la reina”.
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