En los tiempos difíciles lo más sencillo es caer en el desánimo, la rabia, el dolor y la crítica desbocada.
Yo no soy estadista, economista, política, psicóloga, médico o sacerdotisa. Yo no soy nada. Una más dentro de la vorágine humana que sobrevive cada día ante los datos de inflación, las analíticas presupuestarias o los declives gubernamentales. No entiendo de nada. Yo no puedo tomar decisiones por otros, tampoco puedo dar consejos de materias que desconozco y, mucho menos, asumir responsabilidades que no me corresponden.
Pero sí se de algo: en momentos de marejada todos debemos remar juntos.
¿Por qué no sumamos en vez de restar? ¿Por qué no multiplicar en lugar de dividir? Retomemos la confianza, después, en tiempos de bonanza, cuando la barca llegue a puerto, entonces será el momento de rendir cuentas, pedir responsabilidades y preguntarnos, a nosotros mismos con toda la honestidad posible: ¿qué hubiera hecho yo ante la tormenta?
Es momento de avanzar. ¿Sumamos?
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