Me dedico al teatro y a la poesía para no desfallecer.
Para no morir mañana.
Para no haber muerto ya.
Para eternizarme en la colérica rima que se desata enamorada.
Para desvanecerme en la lágrima prendida de un cementerio sin nombre
en el iris trepidante de mi compañero actor.
Me dedico a este mundo de la nada donde la eternidad se subleva
sumergiéndose en pedazos de desgarros infinitos,
en espejos que se rompen, como alas de libélulas,
que siguen resurgiendo desde las mismas llamas del olvido.
Me dedico a ser efímera y cercana como yo misma,
a ser voluble y primitiva como la roca que habito,
a ser el suspiro que llama a las cosas por su nombre,
por el nombre arcano de los dioses que inventan
un sendero apacible en el que desandar los pasos del llanto infinito.
Para no desfallecer,
para eternizarme en mí misma,
para seguir amándome… todavía.
Etiqueta: poesia (Página 6 de 18)
«Vendréis hasta aquí, mortales,
dejando este mundo ruin,
aquí encontraréis el fin
de los bienes y los males.
Desde los más principales
al pobre que con la azada
se gana un pan de cebada.
Desde el más sabio al más tonto
aquí llegaréis muy pronto
reducidos a la nada.»
Queremos llegar a tiempo a todo, pero es imposible.
Es imposible detener el tiempo.
La lágrima que cae sufre su propio espasmo de eternidad inconclusa.
Por eso somos felices, o creemos serlo,
por eso no estamos muertos todavía,
aunque a veces lo parezcamos.
ME ECHO DE MENOS
Me echo de menos cuando descuelgo el teléfono y no reconozco mi voz,
cuando me lloro sin lágrimas y me consuelo sin pañuelos planchados,
cuando desisto de las nueces y el chocolate, de la sopa de lluvia,
de los asmáticos helados de otoño a la sombra de una acacia desnuda.
Me echo de menos siempre que inauguro una duda más,
siempre que destemplo los calendarios con vacíos de noctámbulas ausencias,
siempre que me busco en los buzones con añorada nostalgia
de matasellos agridulces que evoquen paraísos almendrados.
Me echo de menos ahora, que escribo desrimando secretos enfermizos,
ahora que rimo desescribiendo verdades de patios vecinales,
ahora que me echo a volar como cada día y, como cada día,
caigo de bruces en la soledad imprevisible de la libertad negada.
Me echo de menos cuando me busco en la vivencia de los ojos ausentes
y sólo encuentro latidos de ignorada distancia.
El amor trepa por las colinas de la tétrica esperanza de vivir.
Lagarto inclemente cruzando ventanas de humo,
ígneos manantiales de caricias nevadas.
Y la vida lejos,
como ahuyentando palomas y enjambres de agonía.
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