A menudo no sabemos qué hacer con las palabras, quizás por eso escribimos versos, le declaramos nuestro amor a los desconocidos o bordamos iniciales azules en las toallas rescatadas del algodón y la madrugada.

Las santas palabras, las impúdicas palabras, las dueñas de la miel y del veneno, cautivando el paraíso de los inocentes, escrutando la memoria de los infelices, buscando piedades indecisas en el abanico frutal de la ignominia.

A menudo no sabemos qué hacer con las palabras, por eso olvidamos la ortografía para dedicarnos a escribir verdades a medias en las tapias de los colegios donde orinan los mendigos y los directores de banco corruptos. Por las que se descuelga el llanto como una catarata de lava indecisa. Las mismas que, después de declarar el amor, firman sentencias de muerte con la baba repentina de los asesinos oficiales.

A menudo no sabemos qué hacer con las palabras ni con la vida tampoco.

2010