El espíritu de la lucha no se ha quedado mudo.
No se ha quedado petrificado en el plasma de un «guonderbra» envolvente en tres dimensiones, sobre los subtítulos de un Yoda que nos invita a ser nuestro padre, más allá de la comunión y el catecismo.
No nos hemos quedamos parapléjicos de esperanza, desvirtuados en tres dimensiones, y ni los reset ni los «game over» nos hacen desistir. La juventud lleva un reguero de sangre de todas las sangres del universo.
Pero cuando la vejez se asoma por entre las rendijas del pueblo, es hora de llamar a los poetas.

 

La vejez de los pueblos.
El corazón sin dueño.
El amor sin objeto.
La hierba, el polvo, el cuervo.
¿Y la juventud?
En el ataúd.
El árbol solo y seco.
La mujer como un leño
de viudez sobre el lecho.
El odio sin remedio.
¿Y la juventud?
En el ataúd.

Miguel Hernández de «Cancionero y Romancero de Ausencias» (1941)