Para Mario, Benedetti, Llorente.
Guapo, listo y, además, valiente.

En mi casa comemos poesía todo el día.
Por la mañana:
magdalenas de prisas para llegar al cole
sin legañas ni hambre.
A mediodía:
un primer plato de versos,
salpicón y rimas, rustidera de tildes
y unas fresas con nata con sirope de acentos.
Para la tarde:
deberes y tele
y un «te quiero mucho» rebozado en chocolate
entre sonetos que buscan
los algodonados brazos del asonante sofá.
Después llega la noche
y el pijama se llena de sinónimos azules,
desdentadas estrellas que incineran príncipes
en la agonía láctea de la esperanza.
En mi casa comemos poesía todo el día,
para que luego no digan
que vivimos del cuento.