Las señoritas con clase siempre duermen con puntillas tejidas alrededor de los labios. Virginalmente pluscuamperfectas, se deslizan por el raso como botones de nácar que buscaran el ocioso descanso para sus perfiladas mejillas de porcelana. Recurren al tiempo de las denostadas nodrizas y se insinúan altaneras sobre el enamorado cadalso de un orgasmo interminable. Apenas cobran por gozos o alegrías. Sólo lo hacen por el placer de seguir vivas. Y cuando el decoro les impone el catecismo de la decencia, se cosen el himen, se alargan la lengua… y se meten en política. Entonces, es el momento de llamar a los poetas.

ASÍ SON

Su profesión se sabe es muy antigua
y ha perdurado hasta ahora sin variar
a través de los siglos y las civilizaciones.
No conocen ni vergüenza ni reposo,
se emperran en su oficio a pesar de las críticas
unas veces cantando
otras sufriendo el odio y la persecución
mas casi siempre bajo tolerancia.
Platón no les dio sitio en su República.
Creen en el amor,
a pesar de sus muchas corrupciones y vicios
suelen mitificar bastante la niñez
y poseen medallones o retratos
que miran en silencio cuando se ponen tristes.
Ah, curiosas personas que en ocasiones yacen
en lechos lujosísimos y enormes
pero no desdeñan revolcarse
en los sucios jergones de la concupiscencia
sólo por un capricho.
Le piden a la vida más de lo que esta ofrece.
Difícilmente llegan a reunir dinero,
la previsión no es su característica
y se van marchitando poco a poco
de un modo algo ridículo
si antes no les dan muerte por quién sabe qué cosas.
Así son pues los poetas,
las viejas prostitutas de la historia.