No podemos evitar este ronroneo persistente que se instala en el estómago los días de lluvia desafinada. No conseguimos aplacar la voracidad de los músculos que, bailando sobre espasmos ensimismados de remoto olvido, nos recuerdan el paisaje nocturno de farolas llenas de prostitutas y humo. Es imposible detener el hambre aunque un atragantamiento veloz nos recuerde el poder de la muerte más allá del musgo y las viandas, aunque un coletazo de indigestión nos desvele el tránsito de la hiel sobre el paladar dormido de los exiliados. Entonces, en ese segundo de desfallecimiento letalmente enamorado, es cuando hay que llamar a los poetas.
En este bocadillo de fiesta
que es a veces la vida
tenemos los años
el tiempo
los amigos
las risas bañadas en aceite.
Pero también hay un hueco
en nuestras viandas
para la nostalgia en su punto
para la fiebre hervida
para el dolor con clavo y otras especias.
Después de todo, el mar
empuja la herida que se atraganta
en la boca del miedo… ¿de postre?
Tomaré otro abrazo de nata
otro beso de chocolate.
La esperanza, como el hambre,
suena en mis tripas. Sobre la mesa
un plato vacío.
Vicente Llorente de «Menú del día» (2007)
COMENTARIOS RECIENTES