Este año vamos a vivir una Semana Santa distinta. La vida lo ha querido así. Por fin los católicos van a cumplir con los designios de su Mesías: recogimiento, humildad y reflexión.

Este año los fastos boatos, las rutilantes luces, los cucuruchos de raso y las medallas en el pecho van a dar paso a ese silencio sepulcral que merecen todos los ajusticiados. Otra acto más para poner a prueba la verdadera fe. 

Las esculturas demacradas, las vírgenes dolientes y los cristos supurando heridas milenarias, van a quedar encerrados en sus templos como si se les hubiera condenado al vacío del holocausto. Por fin se han nivelado con la raza humana.

Mientras tanto, vamos a seguir «mirando el lado brillante de la vida».