Es tradición que un «ilustre» pregonero dé paso a los eventos extraordinarios o fiestas que se celebran en los municipios de España. Es ese personaje que, conociendo las tradiciones y el sentir de sus gentes, es capaz de hacer llevar la «buena nueva», abrir la puerta y dar el pistoletazo de salida para la diversión y la alegría comunitaria. Claro que no siempre se cumplen todos esos requisitos, mucho menos cuando los pregoneros, más que introductores de la fiesta, son famosos que ofrecen su rostro y sus inigualables dotes para salir en los medios de comunicación sin apenas poseer un mínimo ápice de talento artístico.
Y que conste que, como diría la frase popular, “yo ni pongo ni quito rey”, y mucho menos tal cual está la monarquía con sus injustificables injusticias monetarias.
Que ya no estamos en la Edad Media, lo dicen los arcanos calendarios y los historiadores de moda, pero lo cierto es que el panorama político y social de nuestro país más bien dice lo contrario.
Que en el siglo 21 tengamos que seguir luchando por una educación para todos, por una sanidad para todos, y por una protección a los más débiles, es como si, de repente, hubiéramos retrocedido hasta el Pleistoceno de los derechos humanos donde había que recopilar piedras para defenderse un hueco entre la caverna de los ignorantes.
Pero esto es España, con sus fiestas y sus huelgas, sus escaseces y sus robos, sus injusticias y sus coronas.
Mientras tanto dejaremos que el cielo de mayo, al menos, nos siga dejando caer esta primavera que, como diría el poeta, “nadie puede detener”.
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