Llegado el otoño, y más allá de las ventanas lluviosas, los parques mojados y los columpios vacíos de risas infantiles, Elda instala su alfombra roja para mostrar los pies más esperados de este año. Pies altivos, elegantes, que caminan con paso firme, que dejan una huella imperecedera de creatividad lozana e inteligencia sublime.
Pies femeninos que asoman, ufanos, sobre tacones vertiginosos, buscando el equilibrio eterno entre la altivez celeste y el abrigo del suelo.
Pero más allá de la elegancia suprema, la calidez del dúctil cuero o la armonía de la estatura, está el colorín, la esencia irrespetuosa y profana de nuestra educación chabacana y ridícula, la irrelevante necesidad de coronar dioses en un mundo de hambrunas eternas donde el que más se pasea por la prensa rosa es el más popular.
A la duquesa le sobran los zapatos, le han sobrado siempre, ya solo desea suelas para seguir pisando un mundo elegido solo para ella, para la conveniencia fugaz de los de arriba, para los apellidos engolados y decimonónicos, que siguen llenando el espacio vital de la sed, con fotografías difusas entre cardados extravagantes y arritmias perfectas en los brazos del último amante.
Seguimos siendo la España de charanga y pandereta que no termina de salir de su enclaustramiento. Los tiempos no han cambiado tanto y, casi después de un siglo, las palabras del poeta Antonio Machado, siguen estando más vigentes que nunca:
“Nuestro español bosteza.
¿Es hambre? ¿sueño? ¿hastío?
-Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?
-El vacío es más bien en la cabeza.”
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