Ya no me convence el llanto ni la postura impostada del advenedizo camaleón funcionario. Tampoco las lacónicas clarividencias de los estigmados electos en el gozo y la virtud.
No sollozo ante los féretros infames ni sobre los paritorios rebozados con el viento del olvido, porque acabo de licuarme la sangre sobre los campos desalentados de mis amigos muertos.
Es esta sed inoportuna, el hambre devorando impropias latitudes, caóticos espejos donde la luz se eterniza sobre los pozos del miedo.
Es el eterno holocausto de las verdades a medias, esquinas cubriendo distancias de lodo desde donde la vida erige sus sombras sobre columnas de humo.
No buscar mi voz más allá del glaciar de los silencios, que ya no quedan sílabas ni margaritas para tanta piara elevada a los cielos.