Y ahora, ¿Qué hacemos con el corazón?

Podemos guardarlo en una botella, en una botella pequeña de esas que atesoran barcos sin naufragio, mínimas madreperlas con sabores dispersos, malecones azulados en la inmensidad acuosa de un recuerdo impreciso.

El corazón sabe nadar y sobrevive a la propia emoción del instante, al segundo pertinaz de una herida no presentida.

Ese corazón que atesora el debe y el haber de nuestra historia y permanece mudo, perfectamente tímido tras su estructura impertérrita de natural relojería.

El corazón sabe nadar y se libra de cualquier naufragio. Siempre encuentra la superficie. La playa perfecta. La luz.