Los virus habitan y cohabitan con nosotros desde que el ser humano puso el pie fuera de la caverna. Se ajustan la corbata, dictan leyes, se atusan sus bizarras barbas y ocupan las tiendas de lujo con una tarjeta tan «black» como su conciencia.
Son virus de etiqueta, de falsa buena educación y de pelaje ambiguo. Pequeñas lagartijas que siguen avanzando aunque les corten la cola, gallináceas presuntuosas con el cuello siempre intacto aun sin cabeza.
Virus que forman intachables pandemias de egoísmo desbordado y avaricia ilimitada. Virus sociales, vitoreados y alabados. Virus que ocupan portadas de periódicos, posados en revistas y largas entrevistas en televisiones nocturnas con la audiencia reducida al minúsculo tamaño de su cerebro.
Virus contra los que, desgraciadamente, no existe vacuna, sólo aplausos.
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