No podemos dejar que el desánimo se instale en nuestra casa, es un huésped molesto, lascivo y ufano que profana nuestro paisaje con el eterno ronroneo de su agria y baldía mirada.
No podemos permitirle la entrada, ni dejar que pruebe nuestro café sobre el azúcar de la memoria, ni que nos cuelgue las cortinas en las ventanas de la esperanza, ni que nos suba el correo siempre con cartas de amor certificadas.
Hay que dejarle marchar, si acaso un saludo rápido y certero, como de amante desconocido, como de enemigo lejano y piadoso. Y, después, mirar a nuestro alrededor con los ojos anegados de infancia y bendecir el segundo en el que lo vimos marchar.
Ahora es el momento, el instante de llamar a los poetas.
Satisfacciones.
La primera mirada por la ventana al despertarse,
el viejo libro vuelto a encontrar,
rostros entusiasmados,
nieve, el cambio de estaciones,
el periódico,
el perro,
la dialéctica,
ducharse, nadar,
música antigua,
zapatos cómodos,
comprender,
música nueva,
escribir, plantar,
viajar,
cantar,
ser amable.
Bertolt Brecht de «Último periodo» (1956)
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