Como un río de vendavales azules, el grito emerge desde la soledad del silencio para instalarse en las bocas hambrientas de vida. Sólo un rumor de vocablos baldíos que encadenan deseos sobre la lava del tiempo, ya petrificada en las memorias imberbes. Es el aullido de la impotencia y el frío, la puerta cerrada que oculta candados en la fiereza del deseo, la desvestida ventana por la que circulan gentes con el rostro ensimismado en la escrupulosa desidia. Todos gritan, pero hacia dentro, sobre el pozo crepuscular de sus ojos vacíos, sobre el latido fugaz de sus vísceras desenamoradas.
Es entonces, el momento de llamar al poeta para que traiga el grito hecho verso, hecho luz en la noche del calendario.
Elegido por aclamación
Sí, fue un malentendido.
Gritaron: ¡a las urnas!
y él entendió: ¡a las armas! -dijo luego.
Era pundonoroso y mató mucho.
Con pistolas, con rifles, con decretos.
Cuando envainó la espada dijo, dice:
La democracia es lo perfecto.
El público aplaudió. Sólo callaron,
impasibles, los muertos.
El deseo popular será cumplido.
A partir de esta hora soy -silencio-
el Jefe, si queréis. Los disconformes
que levanten el dedo.
Inmóvil mayoría de cadáveres
le dio el mando total del cementerio.
Ángel González de «Grado elemental» (1962)
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