Me estoy acostumbrando a no dar abrazos y, sinceramente, no me encuentro tan mal. Me he liberado de la tenaz hipocresía que rodea los parabienes sociales.
Aquellos que me aman, y a los que amo, saben que más allá del roce de la piel se multiplican las caricias. La manifestación del amor ha cambiado de gestos, de rutina, de costumbres. Las palabras han quedado obsoletas y los besos llenos de aire sobre las inocuas mejillas, han perdido la lira idílica de las piadosas mentiras.
Amar, por fin, se ha convertido en un verbo conjugado en presente pluscuamperfecto.
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